La muerte común de Tirandentes en el Brasil y de Tupac Katari en los Andes
Por: Wilson García Mérida |
Publicado el 21 abril 2017 en:
Sol De Pando
DÍA DE LA REPÚBLICA | El pueblo del Brasil celebra este 21 de abril el primer alzamiento republicano que estalló en Minas Gerais a fines del siglo XVIII, aconteciendo al mismo tiempo de los quilombos afrobrasileños y de la insurrección katarista en el Alto Perú. Las coronas de Portugal y España usaban los mismos métodos para aplacar a los libertarios: la traición infiltrada y el terror de los decapitamientos...
El movimiento ganó apoyo ideológico con la independencia de las colonias británicas en Norteamérica y la formación de los Estados Unidos. Factores regionales y económicos también influyeron en consolidar la rebelión en Minas Gerais, ya que la región producía cada vez menos oro. Los colonos ya no eran capaces de cumplir con el pago anual de cien arrobas de oro destinadas a la Real Fazenda, motivo por el que se unieron a la rebelión.
El 21 de abril de 1792 la República del Brasil conmemora el día en que este país pagó con sangre y sacrificio humano su deseo de ser una república independiente de la corona colonial portuguesa.
Ese día fue ejecutado el primer republicano brasileño que se alzó en armas para liberar a su patria del yugo portugués: Joaquim José da Silva Xavier, más recordado como Tiradentes.
Odontólogo, militar, minero, comerciante y activista político que se movía entre las capitanías de Minas Gerais y Rio de Janeiro, Tiradentes es el héroe nacional brasileño por antonomasia al haber asumido en exclusividad la responsabilidad de la llamada Conspiración Minera (conocida como Inconfidência Mineira en português), primer intento serio de independizar al Brasil del Reino de Portugal bajo los principios republicanos que llegaron con las ondas de la Revolución Francesa y la Independencia Norteamericana.
Es el Patrono Cívico del pueblo y de las instituciones republicanas del Brasil. En su memoria, el día de su muerte es Feriado Nacional.
Tiradentes y Tupac Katari, contemporáneos de una muerte común
Al ser desbaratada la Conspiración Minera debido a la traición y delación de algunos criollos que apoyaban la revuelta, Tiradentes se entregó ante las autoridades de la Corona asumiendo individualmente la responsabilidad militar del levantamiento para salvar la vida de sus correligionarios, siendo condenado a muerte.
Y así, en la mañana del sábado 21 de abril de 1792, Tiradentes recorrió en procesión las calles del centro de la ciudad de Río de Janeiro hasta el patíbulo. Ejecutado y descuartizado, con su sangre se firmó la certificación de que se había ejecutado la sentencia de muerte y se declaró su memoria infame. Su cabeza se plantó en un poste en Villa Rica y sus restos mortales se distribuyeron a lo largo de Camino Nuevo: Cebolas, Varginha do Lourenço, Barbacena y Queluz, la antigua Carijós, lugares en los que expuso sus discursos revolucionarios. Su casa fue destruida y todos sus descendientes deshonrados.
Once años antes, en el Alto Perú (hoy Bolivia), un héroe indígena contemporáneo de Tiradentes, Julían Apaza Tupac Katari, también había sido traicionado, delatado y condenado a morir con el cuerpo descuartizado. En 1871 Tupac Katari se alzó con un ejército de 40.000 indígenas aymaras, hombres y mujeres (ellas liderizadas por la esposa de Katari, Bartolina Sisa) cercando la ciudad de La Paz donde habitaban los colonizadores españoles. La rebelión sólo pudo ser derrotada después de una batalla contra tropas coloniales que llegaron a La Paz desde Lima y Buenos Aires. Tupac Katari fue torturado y ejecutado con barbarismo, igual que Tiradentes. Lo mataron atando sus brazos y piernas a las rendas de caballos que arrancaron sus miembros en cuatro direcciones opuestas. Su cabeza decapitada y su cuerpo descuartizado fueron enclavados y esparcidos a lo largo de los pueblos donde Tupak Katari había reclutado combatientes. Lo mismo que hicieron los portugueses con Tiradentes.
Tereza de Benguela o el sacrificio de una reina quilombera
Precursora de Tiradentes y Tupak Katari, fue una heroína negra que insurgió algunas décadas antes de 1770, dentro la espesura del bosque amazónico bañado por el rio Guaporé, al otro lado del Iténez en la actual Bolivia, cerca a Cuiabá, Mato Grosso.
Era Tereza de Benguela, esposa de José Piolho, jefe del quilombo de Quariterê en los alrededores de Villa Bella de la Santísima Trinidad, a cuya muerte Tereza fue erigida como reina de los esclavos libertarios, tomando el mando del quilombo (nombre que se da a las comunas organizadas de los negros sublevados) y manteniendo un sistema de defensa con armas arrebatadas a los esclavistas blancos. Dentro esa autonomía política y económica democráticamente muy avanzada para su tiempo, el quilombo de Quariterê consolidó una agricultura para la cosecha de algodón y fabricación de textiles que, junto a los excedentes de la producción agrícola abundante en maíz, banana, feijó (poroto) y mandioca (yuca), era comercializada en todo el Pantanal, sobre el valle del Guaporé.
La esclava libertaria murió el año 1770 atrincherada en el quilombo de Quariterê; un ejército esclavista comandado por Luiz Pinto de Souza había atacado la comuna de Tereza matando a 79 negros y 30 indios de la etnia Xavante. Ella fue capturada y a los pocos días su cabeza decapitada fue exhibida en la plaza del quilombo “em um alto poste, onde ficou para memória e exemplo dos que a vissem”, según narra el registro colonial en los anales de Villa Bella, sin especificar el día exacto ni la causa de su muerte.
Tiradentes y su Conspiración Minera
Joaquím José as Silva Xavier nació en un pueblo del distrito de Pombal, en la época en que las villas de San Juan del Rey y San José del Rey se disputaban la capitanía de Minas Gerais. Joaquim José da Silva Xavier era hijo del portugués Domingos da Silva Santos, propietario rural, y de la brasileña Maria Antônia da Encarnação Xavier. En 1755 y 1757 murieron sucesivamente su madre y su padre y entonces su familia perdió su patrimonio hacendal. No estudió de manera formal, sino que se puso bajo la tutela de un padrino, que era cirujano. Trabajó ocasionalmente como minero y en diversas tareas relacionadas con la farmacia y la odontología, lo que le valió su apodo de Tiradentes
En 1780 se alistó en el ejército de Minas Gerais, y en 1781 fue nombrado por la reina María I, comandante de patrulla de Caminho Novo, que conducía hasta Río de Janeiro y que garantizaba el transporte del oro y los diamantes de la región. En ese periodo, comenzó a criticar las misiones de exploración del Brasil por parte de la metrópoli, lo que resultaba evidente cuando se comparaba el volumen de riquezas tomadas por los portugueses y la pobreza en la que seguía viviendo el pueblo. Descontento por no conseguir ascender en su carrera militar (en la que sólo llegó al grado de alférez) se licenció en 1787. Esto ocurría porque en la Policía Colonial Portuguesa, así como en todas las Fuerzas Armadas de la metrópoli lusitana, todos los rangos militares arriba de alférez (teniente) eran reservados a los nacidos en Portugal, en una práctica muy común durante el colonialismo en América Latina.
Gestación de la revuelta
Durante un año Tiradentes vivió en la capital de la colonia, Río de Janeiro. Pero la imposibilidad de obtener beneficios en grandes proyectos de canalización que se desarrollaban allí hizo que sus sentimientos antiportugueses se acrecentaran. De regreso a Minas Gerais, empezó a preconizar en Villa Rica y sus alrededores la creación de un movimiento de independencia para Brasil. A este movimiento se integraron miembros del clero y personajes de cierto relieve social, como los poetas Cláudio Manuel da Costa, antiguo secretario del gobierno, Tomás Antônio Gonzaga e Inácio José de Alvarenga Peixoto.
El movimiento ganó apoyo ideológico con la independencia de las colonias británicas en Norteamérica y la formación de los Estados Unidos. Factores regionales y económicos también influyeron en consolidar la rebelión en Minas Gerais, ya que la región producía cada vez menos oro. Los colonos ya no eran capaces de cumplir con el pago anual de cien arrobas de oro destinadas a la Real Fazenda, motivo por el que se unieron a la rebelión.
El sentimiento de rebelión alcanzó su momento álgido con la implantación de un nuevo impuesto por parte del gobierno colonial: una tasa obligatoria de 538 arrobas de oro en impuestos atrasados (desde 1762), debía ser ejecutada por el nuevo gobernador de Minas Gerais, Luís Antônio Furtado de Mendonça, vizconde de Barbacena. El movimiento se inició la noche de la insurrección cuando los líderes de la conspiración salieron por las calles de Vila Rica dando vivas a la República, con lo que obtuvieron la inmediata adhesión de la población.
La traición
Sin embargo, antes de que la conspiración se transformara en revolución, fue delatada por los portugueses: coronel Joaquim Silvério dos Reis, teniente coronel Basílio de Brito Malheiro do Lago y el natural de Azores Inácio Correia de Pamplona, a cambio de ver condonadas sus deudas con la Hacienda Real.
El vizconde de Barbacena suspendió el impuesto y ordenó la prisión de los conjurados (1789). Tiradentes se escondió en casa de un amigo en Río de Janeiro, pero fue delatado por Joaquim Silvério dos Reis, quien más tarde, por su delación, entre otras cosas, recibiría de la corona el título de fidalgo.
Entre los conspiradores destacaron los religiosos Carlos Correia de Toledo e Melo, José de Oliveira Rolim y Manuel Rodrigues da Costa; el teniente coronel Francisco de Paula Freire de Andrade, los coroneles Domingos de Abreu y Joaquim Silvério dos Reis —a la sazón, delator del movimento— y los ya mencionados Cláudio Manuel da Costa, Inácio José de Alvarenga Peixoto y Tomás Antônio Gonzaga.
El mayor deseo de los inconfidentes era establecer un gobierno independiente de Portugal, crear una universidad en Vila Rica, formar industrias y hacer de São João Del-Rei la nueva capital de la región.
Juicio y muerte escenificada
La crueldad con que Tiradentes fue ejecutado el 21 de abril de 1792, con sus restos mancillados, respondía a una inhumana demostración de fuerza de la corona portuguesa, que armó una verdadera escenificación del martirio para aterrorizar al pueblo insurrecto. Sin embargo, el historiador Bóris Fausto atribuye a esa manera despiadada de escenificar la muerte de Tiradentes uma de las posibles causas por la cual la memoria de Tiradentes se ha eternizado en el imaginario nacional y popular, pues aquel espectáculo dantesco terminó despertando la ira del Pueblo que presenció ese evento, cuando la intención de los realistas portugueses era más bien intimdar a la población para que no hubiesen más revueltas.
Un icono mesiánico de la República
Tiradentes siguió siendo tras la Independencia de Brasil, una personalidad histórica relativamente oscura ya que, durante el Imperio, los dos monarcas, Dom Pedro I y Dom Pedro II, pertenecían a la línea masculina de la Casa de Braganza, y eran, respectivamente, nieto y bisnieto de la reina Maria, que había emitido la sentencia de muerte de Tiradentes. Además, el republicanismo atribuido a Tiradentes lo hacía inaceptable como héroe nacional, en tanto la independencia de Brasil había tenido como protagonista principal al príncipe Pedro I de Braganza.
Tuvo que ser la Vieja República, o más exactamente los ideólogos positivistas que presidieron su fundación, los que buscaron en la figura de Tiradentes una personificación de la identidad republicana de Brasil, y mitificaron su biografía. Esto explica su iconografía tradicional desde fines del siglo XIX, con barba y camisola, al lado del cadalso, lo que le da un cierto parecido a Jesucristo y que, al parecer, carece de verosimilitud. Como militar, lo máximo que Tiradentes se permitió fue un discreto bigote. En la cárcel, en la que pasó sus últimos tres años de vida, los presos estaban obligados a afeitarse, incluso fueron encontrados en su celda después de su muerte una navaja de afeitar y un espejo. Todo esto reduce la credibilidad de la imagen histórica formada sobre el héroe a inicios del siglo XX..
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