La capitulación
El avance de Monteverde hacia Carora es más fácil de lo previsto. Tras dejar Coro el 10 de marzo de 1812, el capitán canario llega una semana después a Siquisique, donde es recibido con aclamaciones. Las fuerzas que allí se le suman le facilitan la toma de Carora, que cae el 23 de marzo. Al tomar el control de la población, Monteverde aprisiona a los partidarios de la independencia y hace ejecutar a algunos; este castigo por las armas no es una novedad, pero confirma la dinámica de las atrocidades que caracterizarán a la guerra de independencia de Venezuela, en la que ambos bandos perpetrarán gestos de una crueldad aterradora.
Caracas: ruinas de la iglesia de Nuestra Señora de Las Mercedes, hacia 1842. óleo de Ferdinand Bellermann.
Los vestigios de la destrucción causada en la capital venezolana por los sismos del 26 de marzo de 1812 eran aún visibles varias décadas más tarde. Alrededor de 2 mil personas fallecieron en Caracas y sus alrededores como consecuencia de los temblores, sobre un total de 5 mil 400 víctimas fatales en los territorios afectados, casi todos ellos en zonas republicanas.
Desde Carora, Monteverde se dispone a movilizarse en contra de Barquisimeto, gran bastión republicano, cuando la fatalidad hace fácil lo que las armas quizás hubieran hallado más difícil: el 26 de marzo, Barquisimeto, Caracas y Mérida, ciudades todas que están a la cabeza del movimiento independentista, son destruidas casi en su totalidad por dos fuertes terremotos que, con una hora de diferencia, sacuden buena parte del territorio venezolano.
Las muertes directas por los movimientos telúricos suman alrededor de 5 mil 400 víctimas, pero el sufrimiento que se origina por la gran devastación afecta a varias decenas de miles más. Caracas y Mérida están en ruinas. A las necesidades impuestas por la guerra se suma ahora otra, aún más urgente, de hacer frente al drama humanitario que significa la pérdida de numerosas viviendas, y gran cantidad de edificios de utilidad pública como iglesias y expendios de alimentos.
Por razones geológicas que nada tienen que ver con la situación política del momento, los sismos no causan mayor daño en Coro, ni en los dos baluartes realistas que son Maracaibo y Guayana. Esta realidad, unida al hecho de que los temblores se produjeran en un jueves santo como lo había sido la jornada del 19 de abril de 1810, es instrumentalizada por quienes se oponen a la independencia en los sitios siniestrados, y en particular por sacerdotes azuzados por el arzobispo de Caracas, Narciso Coll y Pratt, que interpretan los movimientos telúricos ante sus feligreses como castigos divinos motivados por la desobediencia a la autoridad conferida al Rey.
Esta es la situación cuando Monteverde toma Barquisimeto casi sin resistencia el 2 de abril siguiente. Entretanto, el gobernador Ceballos teme que una reacción republicana se imponga sobre el contingente realista y le ordena al capitán de fragata asegurar la defensa de Barquisimeto mientras se obtienen refuerzos. A pesar del riesgo, la relativa facilidad con que ha podido cumplir su misión inspira a Monteverde a seguir adelante en contra de las órdenes recibidas. En esto, su conducta es diametralmente opuesta a la de Miranda, quien, tras sofocar la rebelión realista en Valencia meses antes, había abandonado la idea de atacar Coro al no tener la autorización del Congreso.
Pedro Gual (1783-1862)
Desde muy temprano comprometido con ideas independentistas, tiene 15 años cuando su tío Manuel Gual organiza su fallida tentativa de insurrección junto a José María España y Juan Bautista Picornell en 1798.
Tras graduarse como abogado de la Universidad de Caracas en 1808, debe exilarse a Trinidad en 1809 para regresar a su ciudad natal luego de los sucesos del 19 de abril de 1810. Elegido síndico de Caracas en 1811, ese mismo año sirve como secretario personal de Miranda y le acompaña durante buena parte del difícil concurso de circunstancias que ocasiona la pérdida de la Confederación de Venezuela en 1812.
Exiliado a Estados Unidos tras la capitulación, Gual participa activamente en la guerra de independencia en la actual Colombia y representa a la Provincia de Cartagena en los Estados Unidos entre 1815 y 1820. En 1821 es diputado por esa misma provincia ante el Congreso de Cúcuta y posteriormente sirve como Ministro de Relaciones Exteriores de lo que hoy se recuerda como la Gran Colombia. Tras la disolución de esa primera nación, participa en las negociaciones diplomáticas que permiten el reconocimiento internacional de las independencias de Colombia y Ecuador. Será también presidente interino de Venezuela en tres oportunidades, entre 1858 y 1861.
En Caracas, la necesidad urgente de actuar es apreciada inmediatamente, pues Barquisimeto se encuentra en situación relativamente cercana a Valencia, ciudad cuyas pasadas simpatías realistas no pueden ser ignoradas. El gobierno provincial solicita a Miranda se traslade allí preventivamente el 10 de abril y el 23 de ese mes el Ejecutivo de la Confederación le confiere el grado de general en jefe o generalísimo de todos los ejércitos de Venezuela.
En teoría, la nominación, ofrecida a Miranda sólo después de que fuera rechazada por el primer candidato, el Marqués del Toro, le permite comandar todas las tropas republicanas sin estar sujeto a reglamento o supervisión algunos; su actuación en el ejercicio de esa autoridad ha sido desde entonces objeto de críticas sobre las acciones militares que, hipotéticamente, habría podido tomar para derrotar a Monteverde.
En un principio Miranda parece creer que la distancia que separa a Coro de Barquisimeto dificultaría al capitán realista el obtener los pertrechos necesarios para la guerra, toda vez que el resto del litoral de la Provincia de Caracas sigue en manos republicanas. El canario avanza a grandes pasos, sin embargo: el 25 de abril, dos días después de la nominación de Miranda al grado de generalísimo, Monteverde toma la población de San Carlos, a 90 kilómetros de Valencia.
Para ese momento, el ahora comandante en jefe ha recibido preocupantes informes de la desconfianza con la que se considera su dirección de la guerra en el seno del gobierno provincial de Caracas, cuyo apoyo es indispensable para la conducción de la guerra. El 27 de abril, Miranda deja Valencia en manos de un gobernador militar, el coronel Miguel Uztáriz, y parte inmediatamente a Caracas para conferenciar con las autoridades provinciales y obtener nuevas tropas, tropas que para el 30 de abril ya se alistan a dirigirse hacia el frente. En Valencia, Uztáriz, que se halla enfermo, pierde aplomo ante los continuos asaltos que sufren sus soldados y oficiales dentro de la ciudad aún antes de que se aproximen las fuerzas de Monteverde, y decide evacuarla en forma precipitada sólo para volver a ella cuando recibe orden de Miranda de resistir a toda costa. Desafortunadamente, ya para entonces Uztáriz ha hecho destruir buena parte del material de guerra que en su intempestiva evacuación había estimado no poder transportar y no tiene grandes medios para defender la ciudad. Salido de Caracas hacia Valencia con el grueso de sus fuerzas el 1 de mayo, Miranda no logra llegar a la capital amenazada antes de que Monteverde entre en ella sin mayor dificultad y con repique de campanas, tras la deserción de buena parte de las tropas de Uztáriz, el 3 de mayo de 1812 [3].
Al día siguiente, el generalísimo visita a Simón Bolívar en su hacienda de San Mateo, a 70 kilómetros de Valencia, y le confiere el mando del castillo de San Felipe, en Puerto Cabello. San Felipe es el arsenal más importante de Venezuela, tanto por su dominio sobre el mayor puerto de la Provincia de Caracas como por su relativa cercanía a Valencia y Coro; la fortaleza también sirve de prisión para un número importante de adversarios de la independencia. Lo acertado de delegar esta responsabilidad en Bolívar, oficial de relativamente poca experiencia, es objeto de debate entre historiadores, ninguno de los cuáles pone en duda, sin embargo, el ascendente de Bolívar sobre muchos actores republicanos del momento y el elogio que Miranda hace de su actuación en la toma de Valencia. Formalmente hablando, al momento de conferirle el mando del arsenal Miranda no tiene razones concretas para desconfiar de la capacidad de Bolívar y es con toda probabilidad por el deseo de colocar este importante bastión en manos de alguien cuyo compromiso con la causa republicana fuese inquebrantable que el generalísimo piensa en él.
Mayo de 1812 transcurre con escaramuzas, ataques y contraataques en los que ambos bandos ganan y pierden territorios, pero la crisis de fe que gana terreno en el bando republicano abre las puertas a gestos desesperanzados y desesperanzadores: el Congreso está disuelto desde el 6 de abril precedente y ahora el Ejecutivo decide hacer lo propio, confiriéndole al generalísimo, que se ofrece para recibirlas, todas las potestades ejecutivas y legislativas, el 19 de mayo de 1812. Es así que Miranda, quien apenas un año antes había sido mal visto y sus opiniones puestas en duda sistemáticamente, pasa a ser responsable último de mantener en pie un sistema político en el cual cada vez menos personas creen; ahora no sólo debe ocuparse de las cuestiones militares, sino de las políticas y económicas también. El nombramiento, que ha pasado a la historia como la Dictadura de Miranda, no será nunca universalmente reconocido en el menguante territorio republicano y se prestará para todo tipo de tergiversaciones sobre la autoridad real del designado. En el papel tiene plenos poderes, pero en la realidad su campo de acción es muy limitado frente a la magnitud del descalabro económico, la confusión política y la resistencia de sectores que sabotean su gestión constantemente. Su autoridad es tan limitada que gobiernos locales como los de las provincias de Caracas y Cumaná rehusarán abiertamente reconocer la autoridad de los gobernadores militares designados por él en un área de su estricta competencia.
Acantonado en Maracay desde mediados de mes, el generalísimo se esfuerza en reorganizar el ejército y mantener en pie el edificio de un Estado que poco a poco se desmorona. Mientras toma medidas para disciplinar y aumentar la combatividad de la tropa, Miranda da plenos poderes a su ministro de Hacienda para reorganizar la administración pública; también envía comisiones a negociar apoyo en el extranjero, y él mismo escribe en el mismo sentido al gobierno británico y sus gobernadores en el Caribe; ofrece, además, la libertad a los esclavos que se sumen al esfuerzo de guerra y lanza proclamas para galvanizar el apoyo de la población. Tiene a su lado a un grupo de personajes notables a quienes consulta constantemente; es destacable que entre ellos se encuentra su antiguo crítico, Juan Germán Roscio. Algunas de estas personas, como Pedro Gual, uno de varios secretarios que tiene, le guardarán lealtad hasta el final y es por su testimonio que se conoce la gravedad de la situación enfrentada por Miranda y sus esfuerzos para salvar a la recién nacida república.
El castillo de San Felipe, en Puerto Cabello, es la mayor instalación militar de Venezuela cuando se declara la independencia en 1811. Había servido de prisión a los expedicionarios norteamericanos capturados durante la aventura del Leander en 1806, y será prisión de Miranda en 1813. Su situación cercana a Valencia, su dominio sobre el mayor puerto de Venezuela y su importante arsenal hacen de esta plaza una pieza estratégica fundamental en la defensa de la confederación venezolana.
A la derecha, fotografía de autor desconocido. Abajo, óleo de Ferdinand Bellermann.
En junio, el generalísimo se ve obligado a abandonar Maracay a favor de una posición más segura en La Victoria. Constantemente recibe informaciones sobre la grave situación económica, la escasez de alimentos y enseres de primera necesidad que aqueja a la población, la falta de apoyo político interno, y las intrigas que amenazan la independencia en Caracas y otros lugares que nominalmente están aún en manos republicanas.
El 20 de junio, Monteverde lanza un ataque sorpresivo sobre La Victoria que termina con fuertes pérdidas que le obligan a retirarse. A sus 62 años, Miranda participa físicamente junto a la tropa en los combates con "serenidad y semblante risueño", pero por razones no conocidas no aprovecha la oportunidad para atacar al enemigo mientras éste huye, actitud replegada que vuelve a manifestar unos días más tarde cuando el ejército republicano vuelve a repeler, el 29 de junio de 1812, un segundo intento de Monteverde sobre La Victoria.
La inexplicable cautela genera críticas a sus espaldas entre la oficialidad que le acompaña, que organiza un plan para arrestarlo y relevarlo del mando. Miranda se entera de la conspiración y, tras recriminar furiosamente a los responsables, da órdenes de castigo que no son obedecidas. Uno de sus propios edecanes facilita la huída del jefe de los conjurados, el comandante de artillería Francisco Tinoco .
El 24 de junio se inicia en la zona de Barlovento, en el litoral que separa a la ciudad de Caracas de la Provincia de Barcelona, uno de los dos eventos que acabarán finalmente con la Confederación de Venezuela: los realistas de esa zona productora de cacao, liderados por el capitán desertor republicano Gaspar González, fomentan una insurrección de esclavos contra los hacendados independentistas que resulta en hechos de sangre atroces y crea una fractura de graves consecuencias en la zona republicana al quedar bloqueado el corredor geográfico por el cual se transporta buena parte de los alimentos que entonces se consumen en Caracas. La insurrección renueva el terror criollo de que se produzca en Venezuela un levantamiento incontenible de esclavos similar al ocurrido en Haití a partir de 1791.
El segundo evento decisivo se inicia en Puerto Cabello seis días más tarde, el 30 de junio: tras sobornar a sus guardias, los realistas aprisionados en el Castillo de San Felipe logran apoderarse de la fortaleza y desde ella bombardean ferozmente la ciudad durante seis días hasta su rendición. Mientras intenta desesperadas maniobras para retomar el control del arsenal, Bolívar escribe a Miranda varios partes donde le informa lo ocurrido y expresa su pesar porque la Patria "se ha perdido en mis manos."
En La Victoria, Miranda se entera de la pérdida de Puerto Cabello el 5 de julio de 1812, durante la cena en la que celebra con sus oficiales el primer aniversario de la independencia. Al percatarse de la gravedad de los hechos, el generalísimo dice en francés a Pedro Gual "Le Venezuela est blessé au cœur" ("Venezuela está herida en el corazón").
Inicialmente prevista como una revolución pacífica, la secesión de Venezuela del imperio español pronto da paso a una cruenta guerra civil, preludio de todas las que la asolarán durante el siguiente siglo.
Arriba, ruinas del convento de San Francisco, en Barcelona, Anzoátegui, donde mil cuatrocientas personas -combatientes, mujeres, ancianos y niños- pierden la vida durante el ataque realista que tiene lugar el 7 de abril de 1817.
Fotografía del autor.
Durante los días que siguen, el generalísimo analiza con sus asesores la situación de la República: los realistas controlan una posición significativa del territorio y estarán pronto a las puertas de Caracas; la pérdida de Puerto Cabello ha privado al bando republicano de su principal arsenal y permite a Monteverde avituallarse por la costa; no hay manera de saber cuándo ni de dónde podrá el bando republicano recibir nuevos pertrechos para remplazar lo que se ha perdido; la deserción sigue mermando sus desmoralizadas tropas día a día; el alzamiento de los esclavos continúa en Barlovento y hace peor la ya difícil situación económica del país; la destrucción causada por los terremotos tres meses atrás tiene a buena parte de la población en una situación precaria.
Son visiblemente estas razones y el temor al espectro aterrador de la guerra civil con componentes de venganza racial lo que lleva a Miranda, con el acuerdo de consejeros tan notables como Roscio, Francisco Espejo, y José de Sata y Bussy, firmantes todos tanto como él del Acta de Independencia (de la cual Roscio había sido también el redactor principal), a proponer un armisticio y un cese del intento republicano a favor de un reintegro de Venezuela en el imperio español sin represalias contra aquéllos partidarios de la independencia que permanecieran en el país y el permiso de salir al exterior para quienes quisieran emigrar.
Entre el 12 y el 24 de julio de 1812, sus representantes Manuel Aldao, José de Sata y Bussy, y su ministro de Hacienda, Antonio Fernández de León (quien se pasará al bando realista mientras negocia en nombre de los independentistas), pactan con Monteverde la capitulación que el generalísimo firma en La Victoria el día 25. El convenio desmonta el edificio legal que ha dado forma a la primera nación independiente de Hispanoamérica, y en apariencia pone fin al sueño que Miranda ha perseguido a lo largo de 30 años.
Formalmente hablando, el acuerdo abre la posibilidad teórica de crear en Venezuela un gobierno colonial más liberal que aquél que había imperado antes de 1810, y la oportunidad de que ambos bandos se aboquen a su reconstrucción. Desde marzo de 1812 se tiene noticia en Venezuela de la promulgación en Cádiz de la nueva constitución española de ese año, que establece por primera vez la igualdad entre españoles europeos y americanos, aunque se desconoce si su entrada en vigor era conocida por Miranda y sus asesores al momento de capitular.
La capitulación es también un pacto regido por el honor militar como lo habían sido los actos de tal naturaleza que Miranda había podido presenciar o negociar anteriormente, como el levantamiento del sitio de Melilla por Mohamed III, las rendiciones de los británicos en Pensacola y las Bahamas, la retirada de los prusianos de Valmy y la entrega de Amberes por los austríacos. Monteverde firma el acuerdo que lo designa como representante del Consejo de Regencia que gobierna España y en tal calidad acepta las garantías comprendidas en él.
¿Sospecha Miranda en algún momento que este último no tendrá ningún reparo en romper su palabra? Nada parece indicarlo. Una conversación sostenida con Gual en La Guaira y los argumentos que presentará posteriormente desde prisión exigiendo que se cumpla lo pactado -cuando su existencia cotidiana se encuentra a merced del criterio y la burla de otros- tienden a mostrar una profunda convicción de su parte en la lógica y el espíritu del acuerdo.
Según Gual, Miranda piensa que la capitulación le permite ganar tiempo para organizar otro frente, posiblemente en la Nueva Granada, donde el movimiento independentista está ya en marcha [10].
Si ello es así, lamentablemente se equivoca.
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