Magoya, el último guerrillero que bajó de las Montañas (documental)
MAGOYA EL COMANDANTE GUERRILLERO CAMPESINO
LIBRO DE PEDRO PABLO LINARES
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Elegido Sibada “Magoya”, legendario guerrero que desde el 23 de agosto de 1963, con solo 17 años, decidió unirse a los revolucionarios que ese día tomaron Pueblo Nuevo, su pueblo en la Sierra de Coro.
Desde el principio se convirtió en referencia obligada como ejemplo de la participación de las masas campesinas en la guerra. Conquistó un liderazgo entre su gente, los jóvenes falconianos. Pero también en las FALN por su valentía y su compromiso con la lucha, rasgos que resaltaban de su carácter desde el primer contacto.
Muy popular era la anécdota de que al sumarse a la guerrilla, Elegido sacó de un bolsillo su partida de nacimiento y la rompió en pedacitos diciendo: “No bajo más hasta que no triunfemos”. Esa era el tono de su compromiso. Como prueba, mucho tiempo después de la pacificación, bien entrada la revolución bolivariana, todavía no tenía cédula de identidad.
Magoya se hace leyenda que sigue empujando el combate popular. Así como se negaba a entregar sus armas, se negó siempre a doblegar sus ideas: “Prometimos el poder por la vía de las armas, pero no pudimos. Y ahorita que estamos en el gobierno, tenemos una responsabilidad histórica, política, un compromiso moral”.
Magoya no aceptó nunca dejar la lucha. El “Repliegue”, como eufemísticamente nos lo ordenaban. En lugar de alejarse de la guerra, en un momento decisivo de la confrontación, él y su grupo de jóvenes patriotas rompieron el cerco y avanzaron desde el estado Trujillo, donde se produjo la separación, tomando rumbo a su tierra, la del zambo José Leonardo, la que años atrás le había permitido la entrada al movimiento guerrillero de Miguel Noguera y Baltasar Ojeda. Así llegarían a Falcón. No iban pacificados. No. Iban a seguir combatiendo al ejército y a seguir construyendo sueños, como aquel ejército loco que en otras tierras americanas luchó por la soberanía y un mundo más justo y mejor. Tenían que combatir para demostrar la vigencia de la lucha armada. Que no eran desertores como habían afirmado quienes los adversaban. Allí estaban con las armas en la mano y combatiendo. En la zona de la que conocían cada rincón, con la gente que los vio crecer y los conocía desde niños.
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