BARBARO RIVAS - artista popular
Bárbaro Rivas nació en Petare, específicamente en el Barrio de Caruto, el 4 de diciembre de 1893. Fue hijo ilegítimo de Prudencio García, compositor y director de bandas musicales, y Carmela Rivas. Su infancia transcurrió en compañía de su madre y una mujer de fuerte formación cristiana llamada Daniela, quien se casó luego con Prudencio e introdujo al pequeño Bárbaro en la lectura de la Biblia.
Dos sucesos extraordinarios marcaron los tempranos años de su vida: El Terremoto de 1900 y el paso del Cometa Halley en 1910, los cuales se vieron más tarde reflejados frecuentemente en sus pinturas.
En 1925 conoció por primera vez la soledad: Su madre murió y sus hermanos tomaron rumbos separados. Abandonado, Bárbaro Rivas dejó la casa rural de Caruto y se instaló en una humilde vivienda cercana a la Capilla de El Calvario. La muerte de la madre desequilibró su vida y degeneró en un colapso emocional. Se apartó de su comunidad y se encerró en sí mismo.
Para sobrevivir tuvo que desempeñar varios oficios, entre los primeros cabe mencionar el de peón del Ferrocarril Central. Diariamente caminaba desde Petare hasta Ocumare del Tuy para cuidar que nada extraño en los rieles pudiera ocasionar un descarrilamiento. Su ruta incluía paradas en Santa Lucía, San Francisco de Yare, Santa Teresa y Ocumare del Tuy. Ese paisaje de montaña fue penetrando en él para luego aflorar con toda intensidad en su pintura.
También trabajó como constructor de grutas para vírgenes y cruces de cementerio, además de albañil y pintor de brocha gorda, actividad que seguramente despertó su inquietud por la pintura. Sin embargo, la falta de un trabajo estable y la afición al alcohol lo llevó a la indigencia. Bárbaro Rivas se constituyó así en un personaje popular, atrabiliario y simple, objeto de curiosidad y víctima de las travesuras de los niños del pueblo.
Hacia la fama
Un día de 1949, Francisco Da Antonio, crítico de arte, descubrió una impresionante escena de Jesús con los Apóstoles pintada en una bolsa de papel que utilizaba Bárbaro Rivas para repartir los encargos de la bodega La Minita. En ese momento se comenzó a escribir uno de los capítulos más brillantes en la historia contemporánea del arte venezolano.
El pintor comenzó a figurar en exposiciones colectivas, primero en Maracay y luego en Caracas, donde participó en el Salón Planchart y los Salones Oficiales de 1953 y 1954. Su obra adquirió resonancia, pero su persona era un enigma, pues hasta entonces no era el artista quien enviaba sus cuadros, sino Francisco Da Antonio. Esto despertó la sospecha entre los estudiosos acerca de un posible fraude detrás de la fantástica historia del ingenuo de Petare.
Bárbaro Rivas fue presentado oficialmente a la prensa el 23 de febrero de 1956, cuando se inauguró en los altos del Bar Sorpresa de Petare la exposición “Siete pintores espontáneos y primitivos de Petare”, organizada por Francisco Da Antonio, y que constituyó la primera muestra de arte ingenuo celebrada en Venezuela.
En marzo de 1956, Barrio de Caruto recibió el premio Arístides Rojas en el XVII Salón Oficial, y en octubre siguiente, el Museo de Bellas Artes organizó la primera retrospectiva de su obra, un honor otorgado por primera vez a un artista popular. En 1960, la Sociedad Maraury de Petare montó la muestra “Vida de Jesús en la pintura de Bárbaro Rivas”. Ese mismo año obtuvo nuevamente el premio Arístides Rojas en el XXI Salón Oficial por El Ferrocarril de La Guaira. Tres años después ganó el Premio Federico Brant en el XXIV Salón Oficial gracias a El Arresto de Escalona.
Bárbaro Rivas también conoció la fama internacional: En 1957 ganó la Mención Honorífica de la IV Bienal de Sao Paulo. Asimismo, en 1962, participó junto a Feliciano Carvallo y Víctor Millán en la exposición “Naives painters of Latin America”, organizada por la Duke University of Durham, Estados Unidos. Una vez más sus obras tocaron tierra norteamericana en 1966, con la exhibición “Evaluación de la Pintura Latinoamericana. Años 60”, la cual giró por varias ciudades hasta llegar a Nueva York, donde fue exhibida en el Museo Guggenhein. Por primera vez en la historia de la cultura en Venezuela, un artista salido de lo más hondo del cauce popular, alcanzaba tales merecimientos.
La amarga gloria
Por desgracia, la fama atrajo a toda clase de oportunistas y timadores. Hacia el año de 1961, apareció un tahúr a quien Bárbaro llamó “El Alemán”. Analfabeto y generoso hasta el extremo, Bárbaro Rivas se convirtió en víctima del engaño y la descarada seducción del farsante. Bajo su influencia, no sólo multiplicó su producción en forma desmedida, sino que reinició su hasta aquel momento frenada actividad tóxica. “El Alemán” reparo muy prontamente en lo ventajoso de “pagar” con alcohol el esfuerzo del artista. Nunca nadie pudo haber hecho un daño mayor.
Su casa se convirtió en guarida de alcohólicos y vagabundos, mientras que el pintor retomó las calles. Lorenzo Vargas Mendoza, cronista de Petare, describió la terrible situación: “Ante nosotros está Bárbaro Rivas, el pintor ingenuo, viviendo condiciones infrahumanas. Abandonado de todos, apenas atendido por un amigo que sufre sus mismas privaciones. Ningún aliciente tiene el hombre para hacerle un poco más interesante la vida y llevaderos los pocos año que le restan de vida. Mas bien, no puede callarse, en vez de alimento se le suministra licor. Es verdad que el mal está avanzado, pero si se le hubiera dado un poco de atención médica, su producción artística hubiera tenido una mayor elevación”.
La pobreza y los excesos del alcohol acabaron por destruir la frágil salud de Bárbaro Rivas. Murió el 12 de marzo de 1967 en el Hospital Pérez de León de Petare. Sus restos fueron conducidos a la Sociedad Maraury, donde fueron velados en capilla ardiente.
Acerca de su obra
Tal como un cronista, Bárbaro Rivas plasmó en su obra los hechos y el paisaje de Petare de las primeras décadas del siglo XX, al que nunca dejó de pintar y al que convirtió en un escenario para narrar episodios cotidianos o escenas tomadas de la Biblia. Resulta uno de esos pintores sobre los que es casi imposible trazar un límite entre arte y vida, condición que se ha dado en muy pocos artistas como Armando Reverón o Vincent Van Gogh.
Buscaba transmitir un mensaje aleccionador, más allá de cualquier intención artística. Decía que había visto las imágenes que pintaba en sueños o que se le revelaban para “ilustrar o esclarecer las dudas del cristiano”.
Si partimos de la categorización que divide las manifestaciones del arte en dos grandes vertientes, arte culto y arte ingenuo, Bárbaro Rivas sobresale como el representante más interesante de nuestra pintura ingenua.
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