viernes, 28 de agosto de 2020

01 septiembre 1846 Insurrección Campesina. Venezuela

 


¿Qué llevó a rebelarse a los campesinos venezolanos en 1846?

Francisco "Indio" Rangel

En septiembre de 1846 se da inicio a las rebeliones campesinas que preludiaron la Guerra Federal. Se trata de un hecho sobre el que aún hay mucho que investigar y contar, pero que revela lo profunda que era la crisis social de la Venezuela que dejó la Guerra de Independencia. Una brecha insalvable separaba a los grupos económicamente poderosos de las grandes masas empobrecidas, que vivía entre la miseria y los conflictos por el poder de caudillos y terratenientes. Veinticinco años de aguda tensión se vieron agravados por la crisis que golpeó al país al caer los precios internacionales del café, del que dependía su economía. A eso le siguió el fraude electoral de 1846. Pero esas circunstancias son solo una parte de la explicación. Este dossier busca aportar elementos de juicio para comprender las causas del alzamiento popular que por primera vez vio a Zamora a la cabeza del combate. 



La ira del Indio

ZAMORA

Mientras Zamora se liaba a puños en Villa de Cura, Rangel se alzaba en Magdaleno. No le fue difícil encender la insurrección. Ya había grupos de campesinos, manumisos y esclavos dispuestos a rebelarse. La crisis que azotaba al campo, aunada a las medidas de embargo, confiscación y remate de tierras a favor de los comerciantes-prestamistas había empeorado las condiciones de miseria en las que vivían. 
A las condiciones de vida de la masa de desposeídos que padecía los rigores de la miseria, se le sumaba un elemento poderoso: la conciencia que el propio Zamora había despertado. Zamora llevaba años promoviendo las idea liberales entre la gente, incluidos los sectores pobres. Desde 1840, Zamora advirtió que entre esos crecía el había rechazo a la oligarquía que gobernaba desde Caracas y sostenía el régimen económico que mantenía a las grandes mayorías sometidas a la explotación y sin posibilidades de acceso a la propiedad ni a la participación política.
 Cuando comenzó a circular el periódico El Venezolano, ese mismo año, Zamora se convirtió en un divulgador de las arengas de Antoni o Leocadio Guzmán, cabeza del también recién nacido Partido Liberal. Desde su pulpería en Villa de Cura, salí a recorrer el campo, y les leía a los campesinos las opiniones, novedades y denuncias que llegaban desde Caracas.
FEDERICO BRITO FIGUEROA

Federico Brito Figueroa, en Tiempo de Ezequiel Zamora, cuenta que en 1844, cuando a Guzmán se le intentó juzgar por difamación e injuria, la noticia enardeció a la gente que escuchaba la información leída por Zamora. El 9 de febrero de ese año, una multitud cercó el tribunal donde se le pretendía imputar por tales cargos. Cuando en Villa de Cura y sus alrededores escucharon eso, los habituales escuchas de El Venezolano estallaron en júbilo.
Los frutos de esa tarea de agitación que Zamora había llevado adelante, los recogió Rangel cuando se declaró en rebeldía. En menos de una semana ya había más de 300 personas en acción bajo su guía. El 3 de septiembre tomaron la hacienda Yuma, propiedad de Ángel Quintero, para entonces secretario del Interior y Justicia, enemigo del proyecto liberal y cómplice del fraude electoral. Allí comenzó en forma la guerra contra la oligarquía. Se liberó a los esclavos, se quemaron los títulos de propiedad y se fusiló a los empleados de confianza de Quintero.

Un solo ejército 
Una semana llevaba incendiada la tierra aragüeña cuando al fin se encontraron los dos líderes. Desde el primer momento, quedó constituido el comando de lo que pasó a llamarse el Ejército del Pueblo Soberano, su jefe, Ezequiel Zamora, en grado de general. El segundo al Mando, Francisco José Rangel, en grado de coronel. A ellos se suman guerreros como Rosalio y Concepción Herrera, Segundo Martínez, Evangelista Cabeza, José Antonio Tovar, Gregorio Matute, Pío Avilán, Manuel Puerta, Luis Hernández, Indio Simón, Juan Martínez, Pedro Rodríguez, José Manuel Aponte, Tiburcio Herrera, Juan Utrera, El Negro Infante, Pedro Centeno, Pedro Pérez, Simón Flores Juanicote Aponte, Pedro Aquino.
A partir del 9 de septiembre, una reunión entre el general y el coronel del Pueblo Soberano, La Mulas, Lo que era prácticamente una poblada, una banda espontánea, comenzó a organizarse en cuadrillas, en patrullas, en partidas guerrilleras. “A partir del 10 de septiembre de 1846 no hay aldea o caserío de las regiones mencionadas donde no se agrupen los peones, manumisos y esclavos bajo las banderas del programa principio alternativo, elección popular, horror a la oligarquía, tierras y hombres libres, señala Brito Figueroa. El historiador, biógrafo e intérprete del pensamiento de Zamora, dibuja el panorama de la siguiente manera, en Tiempo de Ezequiel Zamora:

“En la primera quincena de septiembre, inspirados en el ejemplo de Francisco José Rangel, se organizan grupos armados en Valencia, La Victoria, Cagua, Guanare, Barinas, Ocumare del Tuy, Tacarigua, Capaya, Ocumare de la Costa, Choroní, El Consejo, Las Tejerías, Turmero, Maracay, Charallave, Cúa, San Juan de los Morros, Calabozo, Altagracia de Orituco, Valle de la Pascua, Morón, Alpargatón, San Juan Bautista del Pao, El Baúl, Puerto Nutrias, El Sombrero, Tinaco, Tinaquillo y Cariaco. El 6 de septiembre, José Oroncio Castellanos, peón de una hacienda de Los Guayos, y 23 hombres de a caballo armados de lanzas enastadas derrotan la patrulla del Comandante Roa y se apoderan de armas y vituallas”.
 La tempestad se desata al grito de “¡Tierra y hombres libres”, “¡Horror a la oligarquía”. La insurrección durará dos años y será derrotada. Pero se reanimará más tarde, con la Guerra Federal.

Jefes de las partidas rebeldes y locaciones de su acción ( 1846/1847)

Rosalio y Concepción Herrera (Llanos de Calabozo)
Segundo Martínez (La Platilla)
Evangelista Cabeza (Llanos de Canuto y Tiznados)
José Antonio Tovar y Gregorio Matute (Guardatinajas y Las Galeras)
Pío Avilán (Camatagua)
Manuel Puerta (Camaguita)
Luis Hernández (Memo)
Indio Simón a la cabeza de negros e indios Guaribe (El Potrero)
Juan Martínez (Tucupido)
Pedro Rodríguez (Chaguaramas)
José Manuel Aponte (Valle de Tiara)
Tiburcio Herrera (Cerro Azul)
Juan Utrera (El Cacao)
El Negro Infante (Llanos de Cardoncito)
Pedro Centeno (Llanos de Lezama)
Pedro Pérez, Simon Flores Juanicote Aponte y El Tirano (Llanos del Calvario)
Pedro Aquino (Rio Unare hasta Orituco)
 

El Indio Francisco José Rangel precursor de la Guerra Federal

Isrrael Sotillo


La Venezuela de la década de los 40’ del Siglo XIX, era fundamentalmente aldeana, los hombres y las mujeres del campo sobrepasaban el 50 por ciento de la población. Se vivía bajo la propia dictadura del terror y del ultraje tanto en las haciendas, como en las fincas ganaderas. La poca instrucción y las enfer­medades contagiosas hacían estragos en el medio rural: la tisis y el paludismo, y la acción de los caudillos regionales, se unificaron en contra de los miserables de la Venezuela desheredada. El resultado: que la intranquilidad se fuera apoderando, tanto de los campesinos enfeudados, como de los pequeños propietarios y de los negros esclavos, es decir, de todos los sectores de aquella economía rural; quienes, por cierto, hacía un rato largo andaban en “una búsqueda” que les permitiera cambiar las condiciones de vida que le ofrecía el “orden establecido”.


La insurrección campesina de 1846, es considerada como la primera actuación política autónoma de los hom­bres del campo en Venezuela, comenzó de manera espontánea el primer día del mes de septiembre de aquél año, precipitada por la represión armada contra los campesinos en los valles centrales, con ocasión de la elec­ción de primer grado a celebrarse en el país. Fue espontánea porque estaba exenta de un plan mínimo que estructurara previamente el levantamiento insurreccional. Se inicia con el alzamiento de Francisco José Rangel al frente de trescientos peones manumisos y esclavos de las haciendas de Pacarigua y Manuare al sur de Carabobo. La primera acción fue la toma de la población de Güigüe, hecho que se materializa el 2 de septiembre al grito de “¡Viva Antonio Leocadio Guzmán, viva Venezuela libre, tierras y hombres libres, oligarcas temblad!”. En esta ocupación, consiguen detener al alcalde Jerónimo Lovera y al secretario de la Alcaldía José Domingo Va­liente., quienes son puestos en libertad por requerimientos del sacerdote de la parroquia, presbítero Gaspar Yánez.

Francisco José Rangel venía de pelear en la guerra de Independencia donde sirvió bajo la dirección del general Pedro Zaraza Es casi seguro que combatió en la segunda gran gesta, es decir, en la batalla que inmortalizó al Negro Primero (Pedro Camejo). Estuvo al lado de los constitucionalistas en la época de la Revolución de las Reformas que estalló el 8 de julio de 1835 y cuyo postulado principal era: “Restablecer los principios del sistema popular, representativo, alternativo, responsable, hollados y pisados por las facciones ocultamente tramadas por los encarnizados enemigos de la Independencia y libertad de América”. Y así, el Indio Rangel ayudó a restituir el orden en su comarca.
El mismo día de la insurrección partió de Tacasuruma y emprendió el reclutamiento de sus futuros combatientes y la recolección de víveres, armamentos, caballos y mulas, y pertrechos de guerra en los poblados próximos. Rangel se autonombró coronel en jefe y designó como segundo comandante al capitán Santos Rodríguez. Con las consignas de “libertad para los esclavos y repartición de tierra para todos” se le unen los hombres de color y la peonada campe­sina
En la alborada del 3 de septiembre irrumpen en la hacienda Yuma cuyo propietario era Ángel Quintero, Secretario del Interior y Justicia y uno de los personajes más obcecados e impetuosos de la República Oli­gárquica, ideólogo de la represión contra los periódicos de la oposición liberal y cómplice de los pillajes electorales sucedidos hasta el año 1845. En el hecho, los revolucionarios liberan a los esclavos, invitan a los asalariados de la finca a incorporarse a sus filas, le pegan candela a los documentos de propiedad y ejecutan a varios de los serviles de Quintero, quien no fue ajusticiado por encontrarse en Valencia.

 

Una economía monoproductora y explotadora alimentó el fuego de la insurrección 

por: Romer Carrascal

Las rebeliones campesinas de 1846, no solo respondieron a la coyuntura política derivada de los conflictos por las elecciones locales de agosto, sino que se gestaron en el seno de una sociedad en crisis que arrastraba las deudas de una costosa de guerra de independencia. El país sucumbía ante la escasez de población y de fuerza de trabajo, y la incapacidad de control efectivo del territorio por parte del Estado. Además, persistía la esclavitud y las leyes, lejos de garantizar la igualdad y libertad entre los ciudadanos, condenaba a la mayoría de ellos a sujeción y la servidumbre. 

Según datos de Agustín Codazzi en su Resumen de la Geografía de Venezuela, para principios de la década de 1840, Venezuela contaba con una población de 945. 348 habitantes. Las provincias de Caracas, Barquisimeto y Barinas eran las más pobladas, y las de Apure y Margarita las menos pobladas. Del total de la población, 52.415 eran “indios independientes”, 14.000 “indios reducidos de raza pura y costumbres más suaves”, 155.000 “indios reducidos ya con las costumbres y usos del país y con ciertos caracteres de familia que los hace distinguir”, 260.000 “blancos hispanoamericanos y extranjeros”, 414.151 “Razas mixtas de europeos, criollos, indios, raza africana y mezcla de mezcla”, y finalmente 49.782 esclavos. 
Federico Brito Figueroa, por su parte, en su Historia Económica y Social de Venezuela, afirma que para 1847 la población venezolana ascendía a 1.267.692 habitantes. La mayoría se concentraba en la provincia de Caracas, con 339.074 habitantes.

 Esclavitud y trabajo libre 
En la estructura económica de entonces, coexistieron dos tipos fundamentales de mano de obra, la regida por la esclavitud, y la de trabajadores libres (peones, campesinos, arrieros, llaneros). En la medida en que la mano de obra esclava se convirtió en una carga para los hacendados, esta fue sustituyéndose progresivamente por vías jurídicas, como La ley de Manumisión de 1830, hasta su completa abolición en 1854 durante la presidencia de José Gregorio Monagas. 
Según Brito Figueroa, ya en la cuarta década del siglo XIX, había en el país 9.125 plantaciones en situación de cultivo y 30.565 hatos, valorados en 90.087.818 pesos, y la mano de obra utilizada en estas dos formas de actividad económica ascendían a 215.124 personas. De ese total, 179.165 eran trabajadores rurales y 35.959 eran esclavos en sentido jurídico. 
Otro de los factores que influyó en la sustitución de la mano de obra fue la progresiva sustitución de la producción de cacao por la del café como el principal rubro de exportación. Para el periodo fiscal de 1841-1842, del total de exportaciones el café representaba un 44.8 % del total, mientras que el cacao comprendía un 16.5 % del total de las exportaciones. 

El costoso café 
El café era una cosecha estacional que requería mucho trabajo en cortos periodos de tiempo, por eso el costo para mantener una fuerza de trabajo permanente en las plantaciones no era rentable. Sin embargo, una de las principales quejas de los hacendados era la carestía de mano de obra apta y disciplinada para la agricultura. 

El carácter estacional del cultivo del café agravaba la situación que planteaban los altos costos de producción, pues propiciaba la constitución de una mano de obra móvil, que prefería las actividades económicas de subsistencia a las ofrecidas en las haciendas. Para la década de los cuarenta, en las haciendas solo se podían ganar alrededor de entre 10 y 20 centavos al día, y cuatro pesos mensuales, en contraste con los 20 o 25 pesos mensuales que ganaban algunos policías rurales. 
Sin embargo, los hacendados alegaban en 1849, que aún estaban pagando más de lo que podían soportar. En muchas ocasiones, los trabajadores cobraban en mercancías o fichas que podían cambiar por artículos que les suministraba el hacendado. Estos productos exhibían etiquetas con precios inflados, y el costo, más un beneficio para el hacendado, era recuperado a expensas del trabajador. Este sistema se convertía en una sujeción de los trabajadores a los hacendados.

La opresión laboral 
Ante la queja de la falta de mano de obra apta para la agricultura y la poca laboriosidad de los campesinos, se establecieron una serie de normativas legales para evitar la “vagancia” de los trabajadores. Así, un conjunto de ordenanzas establecieron el régimen de control de los trabajadores libres que regía desde la contratación hasta la persecución y el castigo de los campesinos que pretendían librarse de la sujeción a los terratenientes. 
Es destacable entre estas normativas, las “Ordenanza de los llanos de 1811”, que establecía: “Toda persona que viva en cualquiera parte de los llanos (…) deberá tener oficio honesto, y recogido de que mantenerse y que le redima de la nota de vago; pena de que, encontrándose sin aplicación alguna será juzgado por tal, y por la primera vez a fin de hacerlo útil, entregado a un dueño de hato o mayordomo que lo sujete y haga servir en él, por el precio que considere prudente, según el uso común de dichos Llanos; y por la segunda vez será condenado a presidio por un año”
 

Cada provincia tenía sus propias normativas, por lo que la documentación es extensa, pero en términos generales debía cumplir los siguientes principios: todo campesino debía tener una propiedad que produjera lo suficiente para el sostenimiento propio y de su familia, o tenía que estar al servicio de un patrono que le suministrara lo necesario para subsistir (Reglamento de Policía de la Provincia de Caracas. 8 de Diciembre 1834). Todo jornalero que no estuviera empleado en una hacienda, seria acusado de vago, se le procesaría y se destinaria al servicio de un patrono.
Otro principio era que todos los jornaleros debían empadronarse en los registros locales (en los cuales se dejaba constancia de los datos personales, el patrón para quien trabajaban el contrato vigente, las deudas contraídas con el patrón y su comportamiento). Cumplido este registro se les asignaba una boleta, sin la cual no podían transitar ni contratar libremente con el patrón. De hecho, los trabajadores estaban subordinados a los terratenientes, en todos los aspectos del empleo, y tenían que renunciar a la jurisdicción de su domicilio por la de su lugar de trabajo.
 Las normativas operaban a través de los microsistemas políticos de los hatos y las haciendas. Los hacendados actuaron como responsables de las ordenanzas y con mucha frecuencia, organizaban patrullas y ellos mismos aplicaban justicia. Finalmente, se establecieron fuertes castigos hacia los infractores de las ordenanzas, y las autoridades locales quedaron facultadas para apresar y castigar como vagos y maleantes a quienes no estuvieran empleados, a quienes huyeran de sus empleos sin estar solventes con los patronos e incluso a quienes establecieran labranzas en los sitios de inspección.
Pero en la sociedad rural venezolana la aplicación de la ley tenia estrecha relación con su capacidad de coerción. Dicha capacidad era atribuida a las rondas de policía, que debían garantizar el cumplimiento de las normativas. Muchas veces las autoridades provinciales se quejaron de la falta de recursos para la implementación de las ordenanzas por lo cual exigieron en 1840 la organización de una policía a nivel nacional. Demanda satisfecha en 1854 con la aprobación de un código policial a nivel nacional.
En la fuerza de trabajo también estaban incluidos los menores. Los niños sin padres o apoderados eran contratados como sirvientes sin sueldo por un periodo generalmente fio de dieciocho meses, después de esto podían ser contratados en los términos usuales. Menores eran generalmente considerados los niños de menos de catorce.
Además de las ya mencionadas, otras disposiciones afectaban los derechos de los trabajadores. Los peones que faltaran el respeto al hacendado estaban sujetos a sentencias de cárcel. Los que estaban clasificados como jornaleros no podían alquilar los servicios de otros trabajadores, se les prohibía trabajar la tierra perteneciente a la nación, así como erigir casas sobre ellas. Incluso hubo intentos de clasificar indiscriminadamente como jornaleros a todos los pobres del campo, lo que significaba, restringir su movimiento, someterlos al hostigamiento policial, y despojarlos de los privilegios del voto, ya que hasta que la constitución de 1857 lo aboliera, el derecho a sufragar en las elecciones primarias estaba supeditado a la renta y a la propiedad.
 En este contexto los hacendados actuaban con impunidad, de forma que prorrogaban o ignoraban arbitrariamente los contratos, negaban libretas a los trabajadores, y aceptaban los servicios trabajadores endeudados que había abandonado su último puesto.

El régimen conservador 
La premisa de los gobiernos conservadores, era la de generar el progreso de la nación a partir de la promoción de la exportación agropecuaria, para lo cual el sistema fiscal se ordenaría en aras de reducir los impuestos a la exportación, de manera que se generaran las condiciones y garantías para atraer capitales e inversión. De esta forma se buscaba articular la economía nacional con el mercado internacional con todos los derechos y responsabilidades de una nación libre. 
Esa estrategia explica las leyes de Libertad de Contratos del 10 de abril de 1834, y la de Espera y Quita de 1841, creadas para atraer capitales e inversión a al sector agrícola, y garantizar los máximos beneficios a la inversión extranjera, atendiendo a la premisa de la no intervención del estado en la Economía. Pero en detrimento de la enorme masa de campesinos, hacendados y productores.
De igual forma, una política fiscal en la cual los principales ingresos se derivaban de los impuestos a la importación, (sobre la cual no existía un completo control), y de fórmulas de endeudamiento para garantiza el mínimo funcionamiento de las actividades del Estado y los gastos por las rebeliones y alzamientos en el territorio, generaron un cuadro critico que se tradujo en constantes reducciones del gasto público. A eso se sumaba la constante reticencia a apoyar directamente a hacendados y trabajadores, lo que favorecía a los prestamistas e inversores e incidió en la pérdida de credibilidad por parte del país antes las instancias de crédito y financiamiento.

La crisis y el estallido 
Lo que se escapaba al análisis de los gobiernos de la joven república, era que esa inserción en el mercado internacional no se establecía en términos de igualdad entre las naciones, y que las características de la economía venezolana, con tendencia a la monoproducción, la hacían vulnerable de caer en ciclos de expansión y crisis ante al ascenso y caída de los precios de los principales rubros de exportación. Esa condición también hacía débil al país frente a las políticas económicas de los centros de poder, como Gran Bretaña.
Justamente este fue el escenario en el cual se desarrolló la importante crisis de la década de 1840. Después de un periodo en el que la economía agropecuaria tuvo un importante desarrollo y expansión, en 1842 esta experimentaría una importante contracción, debido a las fluctuaciones del mercado internacional. La concurrencia de un grupo creciente de competidores hizo sumamente difícil la colocación de algunos productos venezolanos en el mercado internacional, principalmente en el mercado británico.
 Las bondades y rápidos beneficios que habían ofrecido los precios del café, hizo entusiasmar a los productores de Sumatra, Java, Manila, Brasil y Cuba. De igual forma, el consumo y la demanda de café aumentaron por parte los ciudadanos de la Gran Bretaña, lo que llevó a que la Corona tomara mediadas proteccionistas en 1840, fijando un arancel de importación muy elevado al café extranjero, pero concedió un permiso para nacionalizar el café de las colonias españolas y holandesas del Oriente, en algunos puertos del imperio.
En este sentido el café de posesión británica debía pagar un derecho equivalente a 24 centavos venezolanos, mientras que el café embarcado en Sur América debía pagar un arancel equivalente a 40 centavos. El impacto de esto en Venezuela fue más allá de los negocios y alimentó las tensiones que desembocarían en las insurrecciones campesinas de 1846 a 1848.



Manuel Carrero: En el pueblo había “una decisión espiritual y moral” de insurrección Zamora encauzó la lucha de todos los sectores “que frente al poder no tenían posibilidad” 

por: Jeylú Pereda

El Valiente Ciudadano encabezó una rebelión en la que coincidieron campesinos, siervos, y propietarios de tierras expoliados por “comerciantesprestamistas-usureros”

 

A pesar de los vaivenes del silencio, el tiempo ha sido testigo de cómo el pensamiento de Ezequiel Zamora logró fugarse del “más absoluto secreto” en el que fue enterrado su cadáver. Tal es su alcance, que se convirtió en una de las raíces ideológicas que sostiene la propuesta política que abrió las puertas del siglo XXI en Venezuela: La Revolución Bolivariana. 
A decir del historiador Manuel Carrero, “el papel de Zamora ha resistido la crítica del tiempo porque sus planteamientos estuvieron consubstanciados con la causa del pueblo y la justicia social”. La consigna “Tierra y hombres libres” dejó en claro su lucha frontal contra la esclavitud y el latifundio. Bien señala la historiadora Rossana Álvarez –en Memorias de Venezuela N°11– que la firmeza de su ideario lo convirtió “en un elemento sumamente peligroso para el futuro y la estabilidad de las oligarquías de todo cuño”. Sin temor a equivocarse, Carrero señala al Valiente Ciudadano como “el líder popular más importante de la segunda mitad del siglo XIX”. 
Pero, ¿qué aspectos hacen de Zamora un líder popular? Carrero explicó que tal afirmación se planta sobre el hecho de que Zamora encauzó los reclamos, no solo de la gente desposeída, sino también de los liberales, que eran hacendados y tenían recursos económicos. El vínculo es que ambos sectores “eran expoliados por los comerciantes usureros”; que se fueron erigiendo en el grupo más poderoso de la clase dominante de la época. 
En este sentido, agregó, cuando se dice que Zamora fue un caudillo popular es porque a través de él se expresaron todos los sectores “que frente al poder no tenían posibilidad”. Después de la guerra de independencia, comentó el historiador, no hubo ningún dirigente político o militar que llegara a tener tal consubstanciación con el pueblo como Zamora.
“Él era un hombre de pueblo; comía con ellos, cocinaba con ellos, dormía sobre un cuero, sobre hojas de plátano. Comía con las manos, sabía amansar un potro, conocía caminos, vestía de alpargatas y de sombrero”, expresó. 

En el capítulo “Meditaciones en torno a los documentos para una biografía de Ezequiel Zamora” –del libro Ezequiel Zamora general del pueblo soberano– el maestro Federico Brito Figueroa sostiene que Zamora “es, en suma, elaboración y hechura del pueblo venezolano; hecho que determina que en las pugnas sociales en las que participa, como figura de primer orden, logre expresar los sentimientos democráticos y las aspiraciones socioeconómicas de la masa popular venezolana”

INDEPENDENCIA SIN LIBERTAD
 

Zamora era un muchacho de 13 años cuando se erigió la Cuarta República, en 1830. Ante sus ojos estaba la paradoja de un país que había logrado la independencia de la Corona española, pero que negaba la libertad a un importante porcentaje de la población. 
Según el profesor Carrero, la guerra de independencia no significó mayor cosa para las clases desposeídas: esclavizados, peones, campesinos. Por el contrario, para los hacendados (productores) y los comerciantes –que también eran “prestamistas y usureros”– las circunstancias resultaron favorables, y a partir de 1830 se constituyeron en “el bloque histórico dominante”. 
Estos grupos tenían como fundamento de su riqueza la tierra y la posesión de esclavos. Bajo esa visión modificaron la ley de manumisión que se había aprobado en 1821, con lo que establecieron prolongar la liberación de las personas esclavizadas hasta cumplir los 21 años de edad; antes era hasta los 18. 
El joven Zamora también fue testigo de una sociedad que negaba los derechos políticos de la de la servidumbre –compuesta por exesclavos– y de los campesinos. Y así como un sector se convirtió en oligarquía, estos “pasaron a constituir la masa proletaria”. 
Carrero explicó que se trataba de “una masa enfeudada, pegada a la tierra”. No tenían riqueza y para vivir tenían que estar sobre un espacio que era propiedad de un latifundista. “Esa condición era suficiente para que los explotaran; pasaron a ser siervos del hacendado”. 

LA FRACTURA DEL PODER 
No tardó Zamora en ver al poder fracturarse. El profesor Carrero precisó que, entre finales de los años 30 y comienzo de los 40 del siglo XIX, sucedió la división de la clase dominante (productores y comercianes), lo que “originó diferentes situaciones en el segmento de la clase propietaria y dueña de la vida política y del Estado”. 
Los hacendados, detalló el historiador, quedaron en cierta forma bajo el control de los “comerciantes-prestamistas-usureros”. Aunque en la dinámica de entonces eran los dueños de tierras los que producían los rubros del campo, quienes se encargaban de exportarlos eran los comerciantes, que a su vez atendían el ritmo de las fluctuaciones del mercado internacional. 
Cuando había mayor demanda, el hacendado podía producir más; sin embargo, cuando venían las bajas, aunque tuviera muy buena cosecha, las exportaciones se reducían. Carrero explicó que al darse el segundo escenario, los hacendados tuvieron que recurrir a los comerciantes-prestamistas para que les facilitaran dinero para financiar las cosechas. 
En medio de esa circunstancia, el Estado –“para quitarse los problemas de encima”– aprobó –en el año 1834– una ley de libertad de contratos. De acuerdo con Carrero, esa legislación dio paso a una cantidad de préstamos que al final resultaban impagables. “Y como eran impagables, entonces las tierras iban a remates”, comentó el profesor. La mayor de las trampas, agregó, es que los prestamistas se ponían de acuerdo para que el día del remate en un tribunal no asistiera más nadie sino ellos, y así podían apoderarse de la tierra. 
Para entonces ser propietario de tierras no solo tenía repercusiones económicas sino también políticas. El país había sido organizado políticamente en provincias, cantones y parroquias y sus gobernantes eran elegidos a través de un proceso electoral poco democrático. 
El profesor Carrero detalló que solo podían votar quienes reunieran una cantidad de condiciones, entre ellas ser propietario de tierras y tener una renta anual determinada. “Era una elección que limitaba por la riqueza el derecho a votar”; lo que originaba “imposiciones, exclusiones, sanciones”. 

LA ESTAFA Y LA IRA 

Con el país dividido entre liberales y conservadores, llegaron las elecciones del año 1846. Zamora ya era un hombre con una formación ideológica clara, por lo que no era de sorprender que decidiera alzarse –al igual que el indio Francisco José Rangel– en contra del fraude que signó el proceso electoral. 
El profesor Carrero explicó que el Indio Rangel se fue hacia Magdaleno y Carabobo, donde logró reunir a unos 300 hombres entre esclavos, campesinos y peones. El grupo insurrecto invadió varias haciendas, quemó poblaciones y capturó a hacendados. 
Esta primera etapa de la insurgencia antiesclavista y campesina, señaló el historiador, está caracterizada “por una audacia tremenda, pero sin un programa”. Había algunos lemas: “Viva Venezuela, abajo la oligarquía, tierras y hombres libres, oligarcas temblad. Pero no se había constituido un proyecto”. 
De acuerdo con Carrero, muchos de los esclavizados que participaron en la rebelión constituyeron partidas a quienes “la literatura, que favorece la historia positivista, los califica de asaltantes y bandidos”. 
Estos grupos que se fueron formando no solo se deben tomar en cuenta porque ocasionalmente se reunían y llevaban a cabo acciones. Carrero considera fundamental entender que en ellos “había ya un espíritu, una decisión; estaba la convicción que venía de los tiempos de la independencia, había una conciencia intuitiva: nosotros fuimos a la guerra, nos ganamos la libertad”. 
Esto quiere decir, explicó el historiador, que había “una decisión espiritual y moral de gran parte de esa población de desacatar y de ser irreverente frente al poder establecido”. 

LA NECESIDAD DE LIBERTAD 

Para entonces “era la condición humana, social la que se rebelaba”, “necesidades primarias, como la libertad”, expuso Carrero. En este sentido, afirma que “el problema era social y económico, y se expresaba políticamente”. Frente a eso, “la moral de la República no tenía nada que ver, porque anteponía los intereses de la oligarquía”. 
El Indio Rangel, según describe Carrero, era un líder intuitivo: “Actuaba más por pálpitos epidérmicos”. Por el contrario, Zamora ya traía “una empírica formación intelectual”. Lo cierto es que Rangel va a reconocer el liderazgo de Zamora; y éste, que ya tenía todo su accionar a la propagación de ideas liberales –desde su pulpería–, se había hecho una figura conocida. 
Zamora pronto se convirtió en “el alma de la revolución por la prédica, el conocimiento, la táctica, la estrategia, el trato con las tropas”. Hizo del occidente un espacio suyo. Uno de los aspectos más importantes del liderazgo de Zamora es que “las medidas que va tomando son radicales, pero van de acuerdo con las necesidades del pueblo”, sostuvo Carrero.


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