martes, 9 de junio de 2020

9 junio 1890 Nace José Antonio Ramos Sucre. Venezuela



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El Insomne Visionario


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"...Yo quiero escapar de los hombres hasta después de muerto..." (1)
José Antonio Ramos Sucre, poeta venezolano, nació en Cumaná, estado Sucre el 09 de junio de 1890; murió en Ginebra el 13 de junio de 1930, "víctima de su propia soledad".
Olvidado durante algún tiempo es reconocido y admirado internacionalmente a partir de la década de los cincuenta. "Los críticos de su época lo habían definido como un poeta cerebral, impermeable a las respiraciones de la vida, y por tanto, condenado a la creación de paisajes irreales o abstractos. Sus textos permitían adivinar, sin embargo, detrás de un sutil enmascaramiento, una historia de soledad, neurosis y desinteligencia con el medio."(2)  
"...Siempre será necesario que los cultores de la belleza y del bien, los consagrados por la desdicha se acojan al mudo asilo de la soledad, único refugio acaso de los que parecen de otra época, desconcertados por el progreso..." (3)
1. Ramos Sucre, José Antonio,  La vida del maldito, La Torre de Timón, 1925.
2. Martínez,  Tomás Eloy,   José Antonio Ramos Sucre. Caracas, Poseidón Editores, 1980.
3. Ramos Sucre, José Antonio, Elogio de la soledad, La Torre de Timón, 1925.

Cronologia del Autor

1890
Nace en Cumaná, José Antonio Primo Feliciano Ramos Sucre. Son sus padres Jerónimo Ramos Martínez y Rita Sucre Mora de Ramos. Su madre es sobrina del mariscal Antonio José de Sucre.

1895
Empieza sus estudios primarios en la escuela de Don Jacinto Alarcón, en Cumaná.

1900
Se traslada a Carúpano, donde el padre Ramos Martínez, tío suyo, se encarga de su educación. Allí cursa estudios en el Colegio Santa Rosa.

1902
Muere su padre.

1903
Muere el padre Ramos Martínez, quien ejerció gran influencia en el sobrino. Ramos Sucre regresa a Cumaná.

1904
En Cumaná se inscribe en el Colegio Nacional de Cumaná, hoy Liceo Antonio José de Sucre.

1905
Comienza a estudiar idiomas (francés, inglés, italiano y alemán).

1908
Llega a ser, en reconocimiento a su capacidad estudiantil, ayudante del Rector del Colegio Nacional de Cumaná.

1910
Se gradúa de Bachiller en Filosofía.

1911
Se traslada a Caracas para continuar estudios. Vive en una pensión y da clases en el Colegio Sucre, dirigido por el profesor J.M. Núñez Ponte. Aparece su primer texto en la revista Ritmo de Ideas, de Cumaná.

1912
Publica textos en diarios y revistas de la capital. Estudia Derecho y Literatura en la Universidad Central.

1913
La dictadura del general Juan Vicente Gómez cierra la Universidad. Ramos Sucre estudia por cuenta Derecho, griego, danés. Da clases de latín y griego en el Liceo Caracas, hoy Andrés Bello, cuyo Director para ese entonces era el gran novelista Rómulo Gallegos. Publica en el diario El Tiempo. Gana por concurso las cátedras de Historia y Geografía Universal y de Venezuela en la Escuela Nacional de Maestros.

1914
Es nombrado Oficial de la Dirección de Derecho Público Exterior de la Chancillería, donde trabaja como traductor e intérprete. Sigue publicando en periódicos y revistas.

1916
Presenta, con notable éxito, exámenes de Derecho. Publica traducciones del alemán.

1917
Termina, con brillantes calificaciones, sus estudios de Derecho. Se inicia en los estudios del sueco y holandés.

1918
Ejerce como Juez Accidental de Primera Instancia en lo Civil. Publica en El Universal su trabajo jurídico «El contrato de venta. Observación».

1919
El gobierno de Gómez hizo preso a Ramos Sucre por considerar que no se expresaba bien del régimen, durante las clases de inglés que dictaba en la Escuela Militar. Estuvo una semana en prisión.
 
1921
Publica su primer libro, Trizas de papel, donde recoge casi todo lo publicado en periódicos y revistas. Se acentúan sus insomnios.

1923
Publica Sobre las huellas de Humboldt.

1925
Recibe el título de Doctor en Ciencias Políticas. Pública La Torre de Timón (incluye aquí Trizas de papel, Sobre las huellas de Humboldt y agrega 52 textos nuevos).

1927
Recibe la Orden del Libertador.

1928
Colabora en el único número aparecido en la revista Válvula.

1929
Se intensifican sus insomnios. Publica sus dos últimos libros: Las formas del fuego y El cielo de esmalte. En noviembre de este año es nombrado Cónsul en Ginebra. El primero de diciembre viaja a Europa.

1930
Se interna en el Instituto Tropical de Hamburgo; después, en el Sanatorio Stephanie, en Merano, Italia. Pasa a Ginebra. El 9 de junio cumple 40 años y el 13 del mismo mes deja de existir.

Obra Selecta

                          La Torre de Timón
Preludio

Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras

Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.

El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado del brazo con la muerte. Ella es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor.

Discurso del contemplativo

Amo la paz y la soledad; aspiro a vivir en una casa espaciosa y antigua donde no haya otro ruido que el de una fuente, cuando yo quiera oír su chorro abundante. Ocupará el centro del patio, en medio de los árboles que, para salvar del sol y del viento el sueño de sus aguas, enlazarán las copas gemebundas. Recibiré la única visita de los pájaros que encontrarán descanso en mi refugio silencioso. Ellos divertirán mi sosiego con el vuelo arbitrario y su canto natural; su simpleza de inocentes criaturas disipará en el espíritu la desazón exasperante del rencor, aliviando mi frente el refrigerio del olvido.
          La devoción y el estudio me ayudarán a cultivar la austeridad como un asceta, de modo que ni interés humano ni anhelo terrenal estorbará las alas de mi meditación, que en la cima solemne del éxtasis descansarán del sostenido vuelo; y desde allí divisará mi espíritu el ambiguo deslumbramiento de la verdad inalcanzable.
          Las novedades y variaciones del mundo llegarán mitigadas al sitio de mi recogimiento, como si las hubiera amortecido una atmósfera pesada. No aceptaré sentimiento enfadoso ni impresión violenta: la luz llegará hasta mí después de perder su fuego en la espesa trama de los árboles; en la distancia acabará el ruido antes que invada mi apaciguado recinto; la oscuridad servirá de resguardo a mi quietud; las cortinas de la sombra circundarán el lago diáfano e imperturbable del silencio.
          Yo opondré al vario curso del tiempo la serenidad de la esfinge ante el mar de las arenas africanas. No sacudirán mi equilibrio los días espléndidos de sol, que comunican su ventura de donceles rubios y festivos, ni los opacos días de lluvia que ostentan la ceniza de la penitencia. En esa disposición ecuánime esperaré el momento y afrontaré el misterio de la muerte.
          Ella vendrá, en lo más callado de una noche, a sorprenderme junto a la muda fuente. Para aumentar la santidad de mi hora última, vibrará por el aire un beato rumor, como de alados serafines, y un transparente efluvio de consolación bajará del altar del encendido cielo. A mi cadáver sobrará por tardía la atención de los hombres; antes que ellos, habrán cumplido el mejor rito de mis sencillos funerales el beso virginal del aura despertada por la aurora y el revuelo de los pájaros amigos.

El episodio del nostálgico

Siento, asomado a la ventana, la imagen asidua de la patria.
La nieve esmalta la ciudad extranjera.
La luna prende un fanal en el tope de cada torre.
Las aves procelarias descansan del océano, vestidas de edredón.
Protejo, desde ayer, a la huérfana del caballero taciturno, de origen ignorado.
Refiere sobresaltos y peligros, fugas improvisas sobre caballos asustados y en barcos náufragos. Añade observaciones singulares, indicio de una inteligencia acelerada por la calamidad.
Duda si era su padre el caballero difunto.
Nunca lo vio sonreír.
Sacaba, a veces, un medallón vacío.
Miraba ansiosamente el reloj de hechura antigua, de campanada puntual.
Nadie consigue entender el mecanismo.
He espantado, de su seno, las mariposas negras del presagio

             El cielo de esmalte

La Salva

Una amante pérfida me había sumergido en el deshonor. Su discurso ocupaba mi pensamiento con la imagen de una carrera absurda, en un bajel proscrito. Yo desvariaba en la sala de una orgía cínica

Los cazadores de ballenas, aventurados antes de Colón y Vasco de Gama en el derrotero de países inéditos, no habían previsto en sus cartas el sitio del extravío. Las aves del mar sucumbieron de fatiga sobre los palos y mesetas de mi galera. Yo me detuve al pie de unos cantiles inhumanos, bajo un cielo gaseoso.

Recorría en la memoria los paisajes de la Divina Comedia, donde alguna estrella, señalada por la vista augural de Dante, sirve para encaminarlo, entre el humo del infierno y sobre el monte del purgatorio.

Mi viaje se verificaba en un mismo tiempo con la orgía decadente. Quise interrumpir el hastío del litoral grave, disparando el cañón de proa. El estampido redujo a polvo la casa del esparcimiento infame.

De Profundis

He recorrido el palacio mágico del sueño. Me he fatigado en vano por descubrir el vestigio de una mujer ausente de este mundo. Yo deseaba restablecerla en mi pensamiento.
          Conservo mis afectos de adolescente sufrido y cabizbajo. Su belleza adornaba una calle de ruinas. Yo me insinuaba hasta su ventana en medio de la oscuridad crepuscular. Me excedía en algunos años y yo ocultaba de los maldicientes mi pasión delirante.
          Dejó de presentarse en una noche de temores y congojas y recordé infructuosamente las señas de su vivienda. Un temporal corría la inmensidad.
          Yo seguí a desahogar la melancolía indeleble en una aventura, donde mis compañeros se perdieron y murieron. Yo amanecí en el recinto de una iglesia, monumento erigido por una doncella de otros siglos. El sacerdote encarecía las pruebas de su devoción y anunciaba desde el púlpito amenazas invariables. Celebró después el oficio de difuntos y llenó mis oídos con el rumor de un salmo siniestro.

El duelo

El galán quedó tendido en el suelo de nieve, entre los árboles disecados por el invierno. Salía del baile de máscaras, animado de la pasión de los celos, a demandar un desagravio. Recibió en el pecho el aguda lámina de hierro.
          La dama vestida de terciopelo azul, motivo de la discordia, presenció el curso y el desenlace del conflicto sangriento. Le atribuían en secreto uno de los apellidos más nobles de Francia.
          El mágico de ropilla escarlata sostiene en sus brazos al moribundo y escucha las últimas palabras, enunciadas con la voz ansiosa y débil de un infante. Presta el auxilio de una ciencia difamada.
          La mujer culpable se recoge en el palacio de exquisita arquitectura. Sus autores y fabricantes se habían inspirado en la fauna. Balbuce de miedo al considerar la noticia de una peste ensañada con las hermosas y criada en los puertos de Levante.
          La dama sucumbe en la sala del piso de pórfido, al lado de su lebrel blanco. Ha divisado en la penumbra de los aposentos la figura mortal de Empous, una larva de ojos de envidia y cabeza de asno, repulsada por Mefistófeles.

                      Las formas del fuego

Carnaval

Una mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible obsede mi pensamiento. Un pintor septentrional la habría situado en el curso de una escena familiar, para distraerse de su genio melancólico, asediado por figuras macabras.

Yo había llegado a la sala de la fiesta en compañía de amigos turbulentos, resueltos a desvanecer la sombra de mi tedio. Veníamos de un lance, donde ellos habían arriesgado la vida por mi causa.

Los enemigos travestidos nos rodearon súbitamente, después de cortarnos las avenidas. Admiramos el asalto bravo y obstinado, el puño firme de los espadachines. Multiplicaban, sin decir palabra, sus golpes mortales, evitando declararse por la voz. Se alejaron, rotos y mohínos, dejando el reguero de su sangre en la nieve del suelo.

Mis amigos, seducidos por el bullicio de la fiesta, me dejaron acostado sobre un diván. Pretendieron alentar mis fuerzas por medio de una poción estimulante. Ingerí una bebida malsana, un licor salobre y de verdes reflejos, el sedimento mismo de un mar gemebundo, frecuentado por los albatros.

Ellos se perdieron en el giro del baile.

Yo divisaba la misma figura de este momento. Sufría la pesadumbre del artista septentrional y notaba la presencia de la mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible en una tregua de la danza de los muertos

El desesperado

Yo regaba de lágrimas la almohada en el secreto de la noche. Distinguía los rumores perdidos en la oscuridad firme.
          Había caído, un mes antes, herido de muerte en un lance comprometido.
          La mujer idolatrada rehusaba aliviar, con su presencia, los dolores inhumanos.
          Decidí levantarme del lecho, para concluir de una vez la vida intolerable y me dirigí a la ventana de recios balaustres, alzada vertiginosamente sobre un terreno fragoso.
          Esperaba mirar, en la crisis de la agonía, el destello de la mañana sobre la cúspide serena del monte.
          Provoqué el rompimiento de las suturas al esforzar el paso vacilante y desfallecí cuando sobrevino el súbito raudal de sangre.
          Volví en mi acuerdo por el efecto de la diligencia de los criados.
          He sentido el estupor y la felicidad de la muerte. Un aura deliciosa, viajera de otros mundos, solazaba mi frente e invitaba al canto los cisnes del alba.

El Mandarín

Yo había perdido la gracia del emperador de China.
   No podía dirigirme a los ciudadanos sin advertirles de modo explícito mi degradación.
   Un rival me acusó de haberme sustraído a la visita de mis padres cuando pulsaron el tímpano colocado a la puerta de mi audiencia.
   Mis criados me negaron a los dos ancianos, caducos y desdentados, y los despidieron a palos.
   Yo me prosterné a los pies del emperador cuando bajaba a su jardín por la escalera de granito. Recuperé el favor comparando su rostro al de la luna.
   Me confió el develamiento y el gobierno de un distrito lejano, en donde habían sobrevenido desórdenes. Aproveché la ocasión de probar mi fidelidad.
   La miseria había soliviantado los nativos. Agonizaban de hambre en compañía de sus perros furiosos. Las mujeres abandonaban sus criaturas a unos cerdos horripilantes. No era posible roturar el suelo sin provocar la salida y la difusión de miasmas pestilenciales. Aquellos seres lloraban en el nacimiento de un hijo y ahorraban escrupulosamente para comprarse un ataúd.
   Yo restablecí la paz descabezando a los hombres y vendiendo sus cráneos para amuletos. Mis soldados cortaron después las manos de las mujeres.
   El emperador me honró con su visita, me subió algunos grados en su privanza y me prometió la perdición de mis émulos.
   Sonrió dichosamente al mirar los brazos de las mujeres convertidos en bastones.
   Las hijas de mis rivales salieron a mendigar por los caminos.

Carta a Dolores Madriz 


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