sábado, 12 de septiembre de 2020

12 Septiembre 1891 Natalicio Pedro Albizu Campos. Puerto Rico

 


Pedro Albizu Campos

Pedro Albizu Campos, nació en Ponce, el 29 de junio de 1893 ó el 12 de septiembre 1891 y falleció en San Juan, el 21 de abril de 1965. Fue la figura más relevante en la lucha por la independencia de Puerto Rico durante el siglo XX. Se le conoce como El Maestro, y el último libertador de América. En la Universidad de Vermont, estudió ciencias, especializándose en el campo de la química y de la ingeniería y en Harvard estudió leyes. En Boston, se solidarizó con las luchas de liberación de Irlanda y de la India. Hizo amigos entre los separatistas de ambas naciones, entre ellos: Subhas Chandra Bose, líder nacionalista de la India quien acompañaría a Gandhi en su gesta libertadora; y Eamon de Valera, político irlandés promotor de la independencia de su país. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) sirvió en el ejército de Estados Unidos.

En 1921 terminó su carrera y regresó a Puerto Rico a trabajar como abogado, pero sin aceptar rendir sus servicios a las corporaciones existentes en el país. Consideró que era su deber orientar a los puertorriqueños en cuanto a lo que entendía que era la conveniencia de terminar con su condición colonial. El valor más permanente en el hombre es el valor. El valor es la suprema virtud del hombre y se cultiva como se cultiva toda virtud y se puede perder como se pierde toda virtud. El valor en el individuo es un supremo bien. De nada vale al hombre estar lleno de sabiduría y de vitalidad física si le falta el valor. De nada vale un pueblo estar lleno de vitalidad, y de sabiduría si le falta el valor.

Pedro Albizu Campos, 1936.

Ingresó al Partido Nacionalista de Puerto Rico, que tenía como objetivo irrenunciable la plena independencia de la tutela estadounidense. Bajo su influencia dicho partido abogó por una lucha activa en favor de la independencia de Puerto Rico, pero las dificultades eran muchas y Albizu se vio obligado a enviar a su familia al Perú (país natal de su esposa Laura Meneses), vender todas sus propiedades e iniciar un largo periplo de casi tres años que le llevó por las Antillas, América Central, México y Venezuela para dar a conocer y recabar apoyos a su causa, así como para fomentar la solidaridad política entre los países latinoamericanos. 

En 1927 fundó en Cuba la Junta Nacional Pro Independencia de Puerto Rico y en 1930 regresó finalmente a la isla junto a su familia dispuesto a liderar de manera activa el movimiento independentista. Ese mismo año fue nombrado presidente del Partido Nacionalista, al que orientó hacia la lucha revolucionaria como medio para alcanzar sus objetivos; predicó el retraimiento en las elecciones por considerarlo un mecanismo al servicio del opresor.

El 11 de mayo de 1930 fue electo presidente del Partido. En 1932 concurrió a las elecciones legislativas, en las que obtuvo poco apoyo con más 5.000 sufragios. Posteriormente, acordó no concurrir más a elecciones coloniales y a no acatar el servicio militar obligatorio. 

Elías Beauchamp
En 1933 dirigió con éxito una huelga contra las empresas que ostentaban el monopolio eléctrico de la isla, Puerto Rico Railway y Light and Power Company, y al año siguiente hizo lo propio frente a los intereses de las compañías azucareras. El recrudecimiento de las actividades del partido motivaron la respuesta violenta por parte de las autoridades, con episodios como la "Masacre de Río Piedras" dirigida por el jefe de policía Francis Riggs en octubre de 1935 o el asesinato de Hiram Rosado y Elías Beauchamp, y finalmente la desarticulación total del movimiento con el encarcelamiento del mismo Albizu junto al de los principales líderes independentistas en la cárcel de la Princesa en 1936.

Juan Antonio Corretjer

Albizu fue condenado en 1936 a 10 años de prisión, por conspirar para derrocar el gobierno de Estados Unidos en la isla y por varios actos violentos en contra del gobierno establecido. Ese mismo año, se produce el ‘arresto y el traslado a la cárcel federal de de Atlanta de los principales líderes del Partido Nacionalista de Puerto Rico; entre los arrestados, se encuentran los poetas Juan Antonio Corretjer y Clemente Soto Vélez. En1943 enfermó gravemente y tuvo que ser ingresado en el Hospital Columbus de Nueva York, centro en el que permaneció hasta casi el final de la condena. Regresó a su tierra natal en 1947.

En 1947 Albizu regresó a Puerto Rico. Comenzaban los preparativos para una lucha armada con el objetivo de demostrar que había oposición a los planes para la solución definitiva del status con la instauración del Estado Libre Asociado. El 30 de octubre de 1950 se produjo el Grito de Jayuya, que incluyó un atentado al Presidente Harry S. Truman del cual fue considerado responsable. Albizu y otros líderes fueron encarcelados de nuevo, esta vez en Puerto Rico. 

Durante esta segunda condena, como experimento o con el simple propósito de causarle la muerte, fue expuesto a radiaciones radioactivas que mermaron seriamente su salud. El gobernador Luis Muñoz Marín le concedió el indulto en 1953; Albizu lo rechazó y fue expulsado de la cárcel. El indulto le fue revocado tras otro atentado nacionalista en el Congreso estadounidense en marzo de 1954.

En 1954 ocurrió un atentado a la Cámara de los Representantes de Estados Unidos y se revocó el indulto. En la cárcel, la salud de Albizu Campos se deterioró. Se comenzó a especular sobre su salud mental y en 1956, sufrió un derrame cerebral en la cárcel y fue trasladado al Hospital Presbiteriano de San Juan bajo vigilancia policial. Albizu Campos afirma que fue objeto de experimentos de radiación en la cárcel. Funcionarios sugirieron que Albizu estaba loco, aunque muchos médicos lo examinaron y encontraron síntomas de radiación.

El Presidente de la Asociación de Cáncer de Cuba, el doctor Orlando Damuy, viajó a PR para examinar a Albizu. Las quemaduras en su cuerpo dijo el Dr Damuy, eran a causa de la intensa radiación. Albizu Campos no recibió ninguna atención médica durante 5 días. 

En la cárcel o frente a la muerte renovamos nuestros votos de consagración a la causa de la independencia patria. Pedro Albizu Campos. El 15 de noviembre de 1964, Albizu fue indultado otra vez por Muñoz Marín, lo cual levantó serias críticas en los sectores anexionistas y estadolibristas. Falleció el 21 de abril de 1965. Su entierro fue uno de los más concurridos que se han celebrado en Puerto Rico.

En 1994, bajo la administración del Presidente Bill Clinton, el Departamento de Energía reveló que llevo a cabo experimentos con radiación humana. Estos experimentos se llevaron a cabo sin el consentimiento de los prisioneros durante los años 1950 y 1970. Se alega que Pedro Albizu Campos fue uno de las víctimas de este experimento.

Lo despidió una multitud de más de 60.000 almas que entonó hasta el cansancio La borinqueña, el himno no oficial de los puertorriqueños libres.

-Nuestra situación dolorosa bajo el imperio de Estados Unidos es la situación que pretende Norteamérica imponer a todos los pueblos del continente. Nuestra causa es la causa continental. Los pensadores iberoamericanos ven claro el problema conjunto de la América Ibérica frente al imperialismo yanqui. […] Puerto Rico y las otras Antillas constituyen el campo de batalla entre el imperialismo yanqui y el iberoamericanismo. La solidaridad iberoamericana exige que cese toda injerencia yanqui en este archipiélago, para restaurar el equilibrio continental y asegurar la independencia de todas las naciones colombinas. Dentro de esa suprema necesidad es imprescindible nuestra independencia.

En una época de defecciones, de inconductas, de estrechez de miras y de falta de compromiso, cuando en nuestra propia patria, en el fondo de la crisis, hubo quienes sugirieron una tutela norteamericana sobre la Argentina incapaz de gobernarse por sí misma al estilo del estatuto colonial de Estado libre asociado, la vida y el ejemplo de Don Pedro Albizu Campos refleja la fuerza espiritual capaz de hacer palpitar el corazón de un pueblo, más allá de condiciones de lucha desfavorables (-No es que ellos sean tan grandes; es que nosotros estamos de rodillas, decía).

Orador vehemente, provocó en sus auditorios una insospechada energía, y su palabra criolla hizo movilizar al pueblo en la lucha redentora. -Yo vengo del huracán…, dijo alguna vez.

Su ímpetu demoledor arrancó del quietismo a las multitudes y reveló la tragedia de un pueblo sojuzgado.

Por eso siempre será recordado en todo el continente como el Maestro y su ejemplo será guía de los pueblos cuando pronto sople nuevamente el huracán en toda América Latina

ALI PRIMERA. BORINCANA

Experimentos genocidas de EE.UU. contra boricuas: 

Casos que no se deben olvidar

Tomado de la Revista Homines, Vol. 19, Núm.2, Vol.20, Núm. 1; febrero-diciembre de 1996 con contribución de José Manuel Torres Santiago

I. El caso del Dr. Cornelius p. Rhoads

Cornelius p. Rhoads
El jueves 12 de noviembre de 1931, el técnico de laboratorio Luis Baldoni encuentra al pie de su microscopio en el Hospital Presbiteriano de El Condado en San Juan, donde trabajaba en un proyecto de investigación científica, una carta escrita por el médico norteamericano Cornelius P. Rhoads, dirigida a su amigo F.W. Stewart, que vendría a constituir uno de los documentos básicos del diferendo entre la puertorriqueñidad y la americanización de Puerto Rico.

Tanto los historiadores tradicionales, como la llamada “nueva historia” y la élite intelectual rara vez han confrontado responsablemente el contenido de la carta de Cornelius P. Rhoads. La excepción a la regla corresponde al historiador Pedro I. Aponte Vázquez, quien ha denunciado el caso en varias publicaciones; sobre todo en sus libros «Yo acuso» y «Crónica de un encubrimiento». La carta del doctor Rhoads, a juzgar por el contenido, revela que el dicho doctor Rhoads, además de haber llegado junto a un equipo de científicos a estudiar la anemia en Puerto Rico, tenía una agenda secreta que por un descuido suyo vino a conocerse y a descubrir que la Fundación Rockefeller estaba patrocinando los experimentos de un grupo de médicos asesinos con vocación de genocidas.

La carta escrita por el doctor Rhoads a su amigo F.W. Stewart causó conmoción y terror en Puerto Rico, no sólo por lo que en la misiva confesaba, sino porque tenía de cómplices a otros médicos y al mismísimo Departamento de Salud de Puerto Rico, que el pueblo terminó llamándole “Departamento de Matanza”. La carta es todavía un insensible y abominable documento vivo de lo que la invasión americana ha hecho en Puerto Rico y de cómo los crímenes contra los puertorriqueños cometidos por científicos norteamericanos han quedado impunes.

63 años después de haberse escrito, la carta del doctor Cornelius P. Rhoads tiene aún vigencia por lo que acaba de revelar el Departamento de Energía del Gobierno de los Estados Unidos, de que los científicos norteamericanos han estado experimentando con sujetos humanos, inyectándoles elementos radiactivos o irradiándolos, sin que éstos estuvieran conscientes de que los estaban usando de conejillos de indias. La admisión de que se han estado haciendo esos experimentos hace además justicia histórica a Pedro Albizu Campos, quien desde la Cárcel de La Princesa en San Juan denunció en 1951 que estaba siendo irradiado y que Puerto Rico estaba siendo usado de laboratorio por la ciencia norteamericana.

Cornelius P. Rhoads
 en la portada de
 TIME Magazine,
el 27 de junio, 1949.
La carta del doctor Cornelius P. Rhoads es prueba irrefutable de que desde los años de 1930 los puertorriqueños han sido utilizados por médicos norteamericanos en sus experimentos científicos sin el menor sentido ético y sin ninguna compasión humana por las personas afectadas en dichos experimentos. La carta es ciertamente macabra y repugnantemente racista. Produce ira, porque los crímenes que confesó el médico asesino quedaron impunes y porque las autoridades hicieron muy poco para que éste fuera enjuiciado.

“Los puertorriqueños… -escribió el doctor Rhoads en su carta- son sin duda la raza de hombres más sucia, haragana, degenerada y ladrona que haya habitado este planeta. Uno se enferma de tener que habitar la misma isla que ellos. Son peores que los italianos. Lo que la isla necesita no es trabajo de salud pública, sino una marejada o algo para exterminar totalmente a la población. Entonces pudiera ser habitable. Yo he hecho lo mejor que he podido para acelerar el proceso de exterminación matando 8 y trasplantándole cáncer a algunos otros. Esto último no ha causado muertes todavía… El asunto de considerar el bienestar de los pacientes no tiene aquí ninguna importancia -de hecho los médicos se deleitan con la tortura y el abuso de los infortunados sujetos.»

Como es obvio, en esta carta el doctor Rhoads le confiesa a su amigo F.W. Stewart el asesinato de 8 personas y el haberle trasplantado cáncer a otros. Supongo que el lector está pensando que por estos delitos confesados de su puño y letra, este médico de seguro fue acusado de asesinato y de intento para cometer asesinato y que fue sentenciado a largos años de cárcel. Pero desafortunadamente no fue así. Nada le sucedió al doctor Cornelius P. Rhoads. Las autoridades coloniales del país, sobre todo el Departamento de Salud y el Departamento de Justicia, permitieron que el médico asesino y genocida escapara a los Estados Unidos. Se hizo una investigación trililí donde se le absolvió sin formularle acusación y sin celebrarle juicio. Ni tan siquiera se le llamó a testificar por lo que había escrito. No solamente se le exoneró, sino que se pasó por alto el axioma jurídico que dice que  «a confesión de hechos, relevo de prueba”.

Claro está, el caso sirvió para alertar el país y a los puertorriqueños de la generación del treinta respecto a la misión de los americanos en Puerto Rico. No eran ni los mecenas ni los salvadores que se habían pintado en la proclama del General Nelson Miles, cuando éste invadió el país por el puerto de Guánica el 25 de julio de 1898, y cuando al golpe de los cañones conquistadores se apropiaron piráticamente del territorio nacional de Puerto Rico y de la vida y la hacienda de los puertorriqueños.

Como en todo lo que ha tenido que ver con la defensa de la nacionalidad y la puertorriqueñidad, le tocó a Pedro Albizu Campos hacer la denuncia de estos hechos criminales mediante la publicación en la prensa del país de la carta del doctor Rhoads junto a una declaración jurada del técnico de laboratorio Luis Baldoni, donde éste relataba las circunstancias que se produjeron cuando se descubrió la carta y de cómo el médico trató de sobornarlo y callarlo. Albizu también envió al Vaticano y a los países del mundo para que se conocieran las prácticas genocidas que los Estado Unidos, vía la Fundación Rockefeller, realizaba en Puerto Rico con sujetos puertorriqueños.

El doctor Rhoads, a juzgar por la declaración de Luis Baldoni, era un hombre sin escrúpulos. Su práctica médica, según la describe Baldoni, causa asco por la escasa profilaxis científica y por la ausencia de sensibilidad. Después de describirlo como “un hombre de modales bruscos y de pocas palabras”, Baldoni dice del médico lo siguiente: “Que el doctor Cornelius P. Rhoads se dedicaba a la investigación de la anemia y del sprue; tomaba muestras de sangre a los pacientes de las orejas y de las venas del brazo; para este fin usaba generalmente una jeringuilla de diez centímetros cúbicos, la que esterilizaba de vez en cuando, a intervalos de días; la jeringuilla y la aguja las ponía sobre el maletín expuestas a todo contacto; que el promedio de muestras de sangre que diariamente el doctor Cornelius P. Rhoads tomaba no era menos de diez; que nunca desinfectó ni esterilizó la jeringuilla o la aguja después de usarlas en un paciente antes de extraer la muestra a los próximos pacientes; que se limitaba a lavar la jeringuilla con agua corriente de la pluma y luego, con solución salina para sacarle la sangre, y después con agua de la pluma otra vez para remover la sal; que cuando había mucho trabajo, para ahorrar tiempo usaba agua de la pluma solamente…”

II. Las Torturas radioactivas usadas contra Pedro Albizu Campos


Las acciones del doctor Rhoads incendiaron la ira de Albizu, quien se dio de inmediato a la tarea de denunciar las prácticas frankesteinianas que estaban teniendo lugar en los laboratorios del Hospital Presbiteriano con el aval de la Fundación Rockefeller. Eso, en la política, agitó el odio que el gobierno norteamericano y sus intermediarios coloniales en Puerto Rico sentían contra Albizu. Sin embargo, lo que no sabía Albizu al denunciar al médico asesino era que él mismo, veinte años después, sería víctima de similares “experimentos” en la Cárcel de La Princesa. No era ciertamente un conejillo de indias sino que se le quería eliminar “científicamente”, porque con su nacionalismo ponía en peligro la presencia norteamericana en el Caribe y la América del Sur. Contra Albizu se intentó el asesinato por diversos medios, casi todos asociados con la ciencia o la medicina.

Cuando era prisionero de los Estados Unidos en la Cárcel de Atlanta, Georgia, le pusieron de “compañero de celda” a un preso tuberculoso. Tal preso tubo la nobleza de decírselo, que no sabía por qué lo habían sacado de su celda aislada de la población penal para la de Albizu, a quién tenían en confinamiento solitario y a quien le rotaban la guardia de turno por temor a que con su verbo los volviera a su lado. Ese fue el primer intento para destruir a Albizu estando en la cárcel. Cuando fue excarcelado en 1943 y condenado a cumplir cuatro años de su sentencia suspendida, que cumplió en la ciudad de Nueva York, se comprobó que en la cárcel había contraído tuberculosis pero que había superado la enfermedad. Ni qué decir que en su estadía en Nueva York estuvo hospitalizado en el Columbus Hospital hasta casi extinguir su condena. Las torturas en la penitenciaría de Atlanta le habían causado una condición cardíaca.

Albizu, una vez cumplidas sus sentencias, regresó a Puerto Rico el 15 de diciembre de 1947. Conocida es la rebelión que lideró en octubre de 1950 y que le ganó fama mundial por los ataques armados de los rebeldes nacionalistas contra el gobernador de Puerto Rico, Luis Muñoz Marín, el presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, y contra la Cámara de Representantes en 1954. Cuando lo capturan y lo hacen prisionero en 1950, lo someten a confinamiento solitario en un calabozo y a un régimen alimentario deficiente y de escasa nutrición en la Cárcel de La Princesa en San Juan. Todavía no había pasado un año de su encarcelamiento cuando hace la primera denuncia de que está siendo irradiado y que está sintiendo en su organismo los efectos de dicha radiación. Sobre el particular hizo una extensa declaración grabada ante el doctor Rafael Troyano de los Ríos, el 22 de mayo de 1951, que el gobierno mantuvo secuestrada hasta recientemente que fue liberada y publicada. Esa declaración sirvió pare que el entonces Secretario de Justicia de Puerto Rico, José Trías Monge, enviara a la celda de Albizu a un psiquiatra para que le declarara “loco”, como en efecto hizo, faltando a las más elementales normas de la ética médica y del diagnóstico científico. Este fue uno de los más viles recursos que usó el régimen de Luis Muñoz Marín en su servidumbre cipaya para eliminar el apóstol antiimperialista.

Lo declararon “loco”, porque se protegía con toallas húmedas para protegerse de la radiación. “Loco”, porque enseñó los estigmas que la radiación dejara en su cuerpo: quemaduras ulceradas e hinchazón en las piernas, quemaduras en sus órganos sexuales y en todo su cuerpo, además de la dermatitis aguda que las radiaciones le habían causado. Para los incrédulos hay que señalar que cuando fue ingresado a la Cárcel de La Princesa, el único mal que padecía era el efecto del gas de las bombas lacrimógenas en sus ojos, con las cuales fue atacado en su hogar de la calle Sol esquina Cruz en el Viejo San Juan, cuando fue capturado luego de un dramático encuentro armado con policías y guardias nacionales.

Pedro Albizu
Albizu Campos con quemaduras radiactivas de los experimentos ilegales de Rhoads
No era una denuncia gratuita ni los delirios de un enfermo mental. Albizu fue consistente en su denuncia y un médico cubano certificó que el prócer nacionalista estaba siendo irradiado. En el mes de diciembre de 1952, el abogado Juan Hernández Vallé, Presidente del Consejo de Defensa de Don Pedro Albizu Campos, presentó la denuncia ante las naciones del mundo en un documento titulado “Petición y Alegato solicitando de las Naciones Unidas que se designe una comisión que investigue el trato cruel e inhumano de que es objeto el patriota puertorriqueño Dr. Pedro Albizu Campos encarcelado en San Juan de Puerto Rico”. Es imposible resumir dicho documento en este espacio. Pero es importante conocer la parte que recoge la denuncia de las radiaciones de que era objeto y a las que estuvo sujeto el prócer nacionalista.

En el alegato del abogado Hernández Vallé se dice que: “Sostiene Don Pedro Albizu Campos que constantemente se le provoca en su organismo una ola de calor. Que se le atacan los órganos vitales; la cabeza, la nuca, los oídos, los ojos. Se provoca, sostiene, una alta presión artificial. Los ataques están encaminados a debilitarlo, quemarlo, desesperarlo, a producir en él un colapso. Se trata de provocar un ataque cerebral o del corazón. El plan, sostiene Don Pedro Albizu Campos, es matarlo, sin asumir nadie la responsabilidad, ocasionándole una muerte que se pueda alegar es del corazón o una hemorragia cerebral que resulte en una hemiplegia -parálisis- o en su muerte.

Sostiene Don Pedro Albizu Campos que lo denunciado por él no constituye un problema médico. Que sólo puede serlo incidentalmente. Que es, sostiene, un caso de física nuclear. Que un perito en la materia no tendría que examinarlo a él; que bastaría que se practicase -con equipo adecuado- una investigación sobre el terreno. El caso que se denuncia, dice, constituye el linchamiento a la altura de la era atómica.”

El caso no se quedó a nivel de la denuncia o la espera de que quienes sometían Albuizu a las radiaciones se investigaran a sí mismos. Albizu y su abogado, el licenciado Juan Hernández Vallé, el Partido Nacionalista y la esposa de Albizu, Laura Meneses, llevaron la denuncia del caso más allá de las fronteras puertorriqueñas; no sólo a la prensa nacional sino a la extranjera que publicó las hoy día históricas fotografías que muestran las estigmas de las radiaciones en las piernas y el cuerpo de Albizu. Pero esto no fue suficiente, sino que a la raíz del indulto de Albizu, el 28 de septiembre de 1953, su esposa, que vivía asilada en Cuba, pidió a un médico Cubano, el Dr. Orlando Daumy, que viniera a Puerto Rico a examinar al patriota. Sobre el particular escribe la señora Meneses: “El Dr. Daumy era Presidente de la Asociación Cubana de Cancerología, un experto en radiaciones. Me informó al regresar, que 1) las lesiones que presentaba Albizu eran quemaduras producidas por radiaciones; 2) que su sintomatología correspondía a la de una persona que había sido intensamente radiada…” En obvia alusión a los carceleros y al psiquiatra que había declarado “loco” a Albizu, el doctor Daumy le informó a la señora Meneses “que raras veces había encontrado a una persona de tanto vigor mental”. Pero, con todo y esto, las denuncias de Albizu de que estaba siendo irradiado las usaron los testaferros coloniales para lanzar y sostener la especie de que estaba “loco”.

Ciertamente hasta cómo se le conduciría a la muerte predijo Albizu. Porque estando encarcelado sufrió un ataque cerebral que lo dejó paralítico y sin habla. Hay que señalar que cuando sufrió este ataque cerebral no se le prestó asistencia médica inmediata, sino que lo llevaron al hospital, tarde, cuando ya el ataque había causado daño físico permanente a su persona y lo dejaba lisiado para siempre, paralítico y sin habla hasta la hora de su muerte en 1965. Debe ser también el lector que las acusaciones que hacía Albizu, de que estaba siendo irradiado, no procedían de una suposición ni de la imaginación de un loco alucinado. Porque Albizu era un hombre de ciencias y educado en estas. Entre los títulos académicos que Albizu obtuvo en Harvard University estaba el de ingeniero químico. No era, pues, un lego de las ciencias naturales. Albizu también estuvo al tanto de los primeros estudios que se hicieron de la energía atómica y conocía las proyecciones de los usos bélicos de la radiación. Fue el primero que denunció el genocidio demográfico y la devastación ecológica en Puerto Rico, mucho antes de que se formaran los especialistas en estas disciplinas. Por ejemplo, denunció que el neomalthusianismo en Puerto Rico no era un proyecto científico de control poblacional, sino que era un plan para la exterminación del puertorriqueño. “Quieren la jaula (el territorio nacional), pero no a los pichones” (los puertorriqueños), llegó a decir en una de sus célebres adscripciones irónicas. Se refería al hecho de que mientras se controlaba la natalidad de los puertorriqueños, por otro lado se permitía el ingreso masivo de extranjeros en Puerto Rico.

Ahora que el Departamento de Energía del gobierno de los Estado Unidos ha declarado que se han estado haciendo experimentos desde 1940 y que se irradiaron prisioneros en los establecimientos carcelarios, sería bueno que se abriera una investigación exhaustiva donde se aclaren las denuncias de Don Pedro Albizu Campos. Es de elemental justicia realizar dicha investigación o producir la documentación secreta que sobre Albizu mantiene el gobierno de los Estados Unidos. Los puertorriqueños que conocen su caso, cuando el Departamento de Energía anunció de los experimentos que habían realizado científicos norteamericanos, unánimemente dijeron que Albizu tenía razón.

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