jueves, 17 de septiembre de 2020

16 Septiembre 1859 Natalicio José Rafael Montilla. Venezuela

 
JOSÉ RAFAEL MONTILLA PETAQUERO

DOCUMENTAL DE TVES SOBRE EL TIGRE DE GUAITO

El General José Rafael Montilla nació el 16 de septiembre de 1859 en San Miguel, cercano a Boconó en Trujillo, hijo de Custodio Montilla y de Juana Natividad Petaquero, su abuelo fue un indio llamado Guamo, quien siguió las órdenes del Libertador, de esta herencia indígena se sintió siempre orgulloso. Desde finales del siglo XIX, y hasta su muerte en 1907, se convirtió en uno de los hombres más fuertes de la región (Lara, Trujillo y Portuguesa), no fue un hombre de instrucción y de una ideología política claramente definida, aunque siempre se consideró liberal no contaba con un proyecto nacional, su mentalidad provinciana lo llevó a incurrir en graves equivocaciones.  se destacó desde muy joven por su valentía, arrojo y lucha por la reivindicación de los campesinos.

Su lucha comienza a partir del resentimiento que representaba el predominio y las injusticias sociales encabezadas por las élites dominantes de su nativo Trujillo.  Pronto se rebela contra la oligarquía conservadora trujillana y contra los caciques regionales. En 1875, atenta contra la vida del hacendado Francisco Baptista; busca refugio «...entre las tropas de guerra, en las filas liberales, únicas que le dieron protección contra los oligarcas de Trujillo...». En 1892, se une a las fuerzas del general Diego Bautista Ferrer que defienden el gobierno del presidente Raimundo Andueza Palacio contra los conservadores trujillanos y en el combate de Carache, derrota a las tropas de Federico Araujo y es nombrado general en el campo de batalla. 

El movimiento encabezado por El Tigre de Guaitó -apodo ganado por su habilidad y lugar donde vivió y combatió- arrastro muchos simpatizantes, aquellos herederos de los que se sintieron defraudados por las promesas hechas en la Guerra de la Independencia y más aún en la Guerra Federal. Se ganó las simpatías de aquellos campesinos en condiciones de servidumbre. 

En las continuas batallas que participó al lado del ejército Liberal fue nombrado General, aclamado por los mismos soldados que lo acompañaban. Refugiado en el pueblo de Guaitó, desde donde ejerció el reparto justo de las tierras y el colectivismo agrario, el General Montilla fue un dolor de cabeza para las ansias de los Conservadores y no hubo batallón que pudiera con la fuerza del trujillano

EL CORRIDO DEl TIGRE DE GUAITÓ
Varios presidentes de Venezuela ordenaron su captura pero el Tigre de Guaitó era indomable.
Raimundo Andueza
Derrocado el gobierno de Andueza, Montilla regresa a su refugio de Guaitó, en las montañas del estado Lara, donde instala su propio feudo. En 1898, se alza contra el gobierno de Ignacio Andrade. Se enfrenta a Cipriano Castro en Cordero (Edo. Táchira, julio 1899) y, luego, nuevamente bajo las órdenes del general Diego Bautista Ferrer, en la batalla de Tocuyito (septiembre 1899). Al unirse Ferrer a la revolución de Castro, Montilla se retira. Combate junto con el general Jacinto Fabricio Lara, los alzamientos «mochistas» en Barquisimeto (diciembre 1899) y regresa a Guaitó. 

Encargado de la jefatura del castillo de San Carlos en la barra de Maracaibo (octubre 1900-abril 1901), se siente prisionero y prefiere huir; se alza de nuevo en el estado Lara (octubre 1901) y se une, luego, a la Revolución Libertadora, participando en los combates de la zona de Lara y Trujillo. Derrotado en la batalla de Barquisimeto (mayo 1903), regresa a las montañas de Guaitó, sin someterse. 

Cipriano Castro
Su oposición irreductible al régimen de Cipriano Castro hace fracasar todo intento de conciliación. 
Castro, al darse cuenta de que era sumamente difícil derrotar a Montilla y de que este iba a ser un constante foco de conflictos en la región, decidió ofrecerle cargos políticos para mantenerlo alejado de su tierra. Castro le propuso que con 70 oficiales ejerciera la vigilancia de la frontera colombiana. Aceptó, pero al poco tiempo se dio cuenta de que se trataba de una trampa. Le mandó a decir a Castro, en forma de amenaza y con fina ironía: "es más corto el camino desde Guaitó a Miraflores que de Capacho a Miraflores". Desde ese día empezó un asedio contra "El Tigre". Lo acecharon los ejércitos de Lara, Barinas, Portuguesa y Cojedes; pero no lograron capturarlo. Al asumir el poder Juan Vicente Gómez, le ofreció garantías para que saliera de Guaitó y éste siempre contestó con evasivas.
Muchos de los que allí pelearon con Montilla estarían luego en el ejército de Gabaldón en la revolución de 1929 y los hijos de éstos darían su apoyo a los movimientos guerrilleros de los años 60. 

 La muerte de Montilla, fue el 21 de noviembre de 1907, fue asesinado de un machetazo -por la espalda, por un hombre de apellido Canelones,  El cuerpo del asesino también fue encontrado, con un tiro, junto al cadáver de Montilla. 

 Los restos de Montilla son luego exhumados y enterrados en Boconó



EL TIGRE DE GUAITO

POR JOSÉ LEON TAPIA

EXPLICACIÓN Y DEDICATORIA

Para la escritura de este libro fue indispensable la colaboración de muchos hombres del acontecer venezolano. Desde Avelino Moreno, campesino historiador de Caldera, hasta Ramón J. Velásquez fecundo intelectual y académico de la historia.
A lo largo de sus capítulos se encuentra la traducción oral de todos los nombrados en el relato y la información escrita de conocida bibliografía, hasta el trabajo testimonial de Francisco Santander, de Guárico, que me envió generosamente su hermano Germán. Sin olvidarnos de Tarsicio Silva, de Barquisimeto, quien alternó su actividad de visitador médico en los pueblos de Lara, Portuguesa y Trujillo, con la búsqueda de las huellas perdidas del Tigre en la cruz de los caminos.
Finalmente, revisamos hasta un censo sanitario efectuado en Guaitó el año de 1959 por el Doctor Felipe Hernández, antiguo médico rural de esos predios. Allí encontramos los nombres de los guerreros vencidos por la enfermedad y el tiempo.
No quiero olvidar tampoco, que este relato tuvo animadores entusiastas en la persona de Manuel Bermúdez, León Levi y José Vicente Abreu. Y el aceite tenaz y generoso de Néstor Tablante, compañero de muchas andanzas. Y los campesinos de Montilla que aún esperan redención, verdaderos autores y actores de todos los acontecimientos aquí narrados. A todos ellos dedico estas páginas de muerte, vida y recuerdos.
José León Tapia.
Ediciones CENTAURO/79
Caracas octubre, 1979

"Machete epando, mi coronel,
que con la vida le pago
si no le tomo el cuartel".

POR LOS CAMINOS DE LA SERRANÍA

Había pasado muy fugazmente por las tierras de Trujillo aunque conocía su historia, la cual comencé leyendo viejos libros y escuchando los relatos diluidos con el tiempo, de viejos trujillanos que se aposentaron, después de tantas guerras, en la altura barinesa. Así me fui metiendo en la intrincada maraña de esos tiempos guerreros. Sin embargo, jamás había pensado escribir sobre Rafael Montilla hasta que un día me encontré con Avelino Moreno.
Don Avelino Moreno es un anciano largo, blanco y flaco, con los ojos vivaces como su memoria extraordinaria, que lo hace un archivo ambulante del acontecer venezolano. Sus andanzas de campesinos serrano le dan aire de patriarca, cuando estira sus ochenta años bajo el opaco sol de calderas.
Con el hablamos sobre Ezequiel Zamora; y sus manos accionaban con firmeza al nombrar a Maisanta y su barco pitador. Pero a pesar de todo el encantado de la conversación, iluminada "imaginación de novelista" como dice su paisano Orlando Araujo, no le prestaba mucha atención a los episodios que cada vez me relataba sobre la azarosa vida del "Tigre de Guaitó".
Hasta que una vez habló tanto y con tanta decisión en su voz, que terminó por convencerme y me hizo comenzar a deambular por los caminos ondulantes de Trujillo, Portuguesa y Lara tras su mundo de guerra, muertes y fantasmas. En un viejo libro lleno de candor en su lenguaje y pasión profunda en el relato, encontré la primera narración de un testigo presencial como el Dr. Fabricio Gabaldón, autor de "Rasgos Biográficos del General Rafael Montilla".
Una tarde en Calderas, me lo regaló dedicado con letras temblorosas con don Avelino Moreno, amigo de Gabaldón, admirador de Montilla y todavía liberal amarillo en 1973. En esas páginas olorosas a alcanfor y comidas por las polillas, me topé de cuerpo entero con ese personaje increíble, pura zozobra, violencia y valentía en su vida guerrera por entre esos cerros azules, plateados de trecho en trecho por los yagrumos brillantes que hacen visos con el sol.
Su encanto me hizo salir de mi llano para encumbrarme por las serranías y me contagio el amor por esas tierras de leyendas y mil veredas, donde se pierde la imaginación con fantasías alucinantes. En esas montañas verde oscuro me encontré también con Antolino Hernández, el ahijado de Rafael Montilla viviendo en un rancho de tierra roja sobre la ladera pendiente.
Carota, Ñema y Tajá - Montilla


Al hijo de Manolán, Ángel María Torrealba, con su sombrero pelo e' guama y liquilique cerrado, atendiendo su pulpería en la calle real de Campo Elías. Al maestro Eugenio Montilla, hijo del guerrero montillita, enseñando a los hijos de la aldea, encontrarse con su antepasado que comandaba soldados furiosos en la escuela de la guerra.
A la anciana Débora Acevedo, con su memoria intacta, caminado a paso lento por la calle larga de Guaitó y contando sus historias de guerra como si hubiera sucedido ayer. En la entrada, junto al recodo del camino que bordea el río, vive Rafael Ángel Montaña, pequeño, enteco, moreno, aindiado, la misma imagen de su padre el General Eugenio Montaña y con todos los rasgos duro de su tío, el propio Tigre de Guaitó.
Allá adentro de la selva, entre los valles estrechos de guaitoito, la vieja hacienda del General, con sus patios sembrado de balas. Más acá, sobre Guanare, en las colinas que dominan las vegas exuberantes, alarga su vejes Benjamín Piñero, el último de los Piñero, con cien años sobre su espalda, siempre viviendo el pasado, con la mirada perdida en las curvas distintas del río.
Guaito. Calle donde velaron al
 General Montilla
Campo Elías, La Cruz de los Caminos, Guaitó, Guaitoito, el Páramo de las Rosas, El Potrero de el Jabón con rumbo a los Humocaros y los Lagos verdes de él Tocuyo, Biscucuy, Chabasquen, Boconó, San Miguel, Burbusay pintando de blanco el paisaje al bajar hacia Trujillo y Jajó, la propia cuan del León de la Cordillera, General Juan Araujo.
A todo lo largo del recorrido, el primor de las flores, en los jardines, cruces en los caminos, hombres somnolientos en caballos casi dormidos, iglesia de calicanto, ancianos contadores de cuentos, la veneración por los muertos, la sombra de los caudillos, todo un conjunto aparentemente uniforme que desboca la imaginación por las veredas del recuerdo. La iglesia de Trujillo con su torre quemada por la furia roja y el fuego de Eugenio Montaña, la casas verde de Juan Bautista Carrillo Guerra, refugio de su anciana y solitaria hija, fiel guardiana de las sombras de un pasado sin posible retorno. Santos, cálices, custodias, la gran sala amueblada tal como la dejó su padre. Y los grandes retratos colgados de las paredes, mirándonos fijamente con los altivos ojos de la raza castellana. Más adentro la capilla para la misa diaria, al lado del cuarto de los señores con la gran cama de roble negro y sobre ella las muñecas de trapo y cerámica con las que hace cien años jugaban las hijas.
Al bajar la escalera, una oscura sala de tienda abandonada, donde por mucho años estuvieron intactas la mercancía que se salvaron del saqueo de 1899, el gran negocio mercantil de don Juan Bautista Carrillo Guerra, Gobernador y Jefe ungido de los más jóvenes conservadores de Trujillo. Adentro todo es oscuridad, armaduras vacías, telas deshechas, libros podridos, machetes oxidados, silencio y olvido para los que no conocen la historia; vivencias imperecederas que aprietan el corazón para quienes sienten la patria que se nos escapa.
Más allá, al salir de la oscuridad bajo el cielo almagrado de Trujillo, y el frío de los páramos, soplan alegre los aires de Jajó, con la estela oligarca que dejaron los Araujos muchos Baptistas y muchos Araujos, dignos hijos y sobrinos del General Juan, aquel León de melena y barba blanca, batida por los vientos de los riscos. Imperceptiblemente se pasa del mundo godo colorado, al mundo liberal amarillo de Rafael González Pacheco, los Grabi, los Gabaldón, los Cañizalez, los Vázquez y Rafael Montilla. Eran las familias oligarcas contra las familias liberales, en continuo batirse de sangre, violencia y muerte, como lo decía dramáticamente don Andrés Maldonado la mañana de Caracas que pasamos juntos recordando su tierra.
Eso es lo que todavía se palpa al andar buscando el rastro del Tigre y sus indios campesinos. Un hombre que creyó que los amarillos iban a defender sus derechos, para encontrarse al final conque después de todo, la clase de ellos los juntaban con los oligarcas para acorralarlo a él, "un indio ambicioso" en sus guaridas guardias de Guaitó, como animal dañino contra el cual no se da cuartel. Porque en el fondo, sus soldados sólo querían tierras y libertad y acabar con los privilegios de los grandes grupos familiares dueños de todo: bienes, poder y vidas.
En esa identificación de uno y otro bando se manifiestan diferencias al nombrarle a Rafael Montilla. Para los descendientes de los grande señores de la tierra, Montilla fue sólo eso un criminal y bandido, que no representaba nada en aquellas guerras sin sentido. En cambio vimos llorar de pena a su último asistente, Benjamín Piñero, mientras nos contaba el episodio de su muerte.
José Rafael Gabaldón
Es más interesante aún el hecho comprobado en nuestras caminatas por esos rumbos neblinosos, que mientras las grandes familias se aliaron con Castro y Gómez y todo lo que ellos representaban en la vida nacional, los campesinos de Guaitó y de todos esos valles azules, los hijos de Montilla, de Manolán, de Hermenegildo Lucena, de los Piñero, de los Parada, de los García, de los Barroeta y tantos otros, fueron los mismos hombres de Rafael Gabaldón en 1928, cuando su grito de Santo Cristo se oyó solitario y largo, en la patria oprimida, como un estertor entre la bala de su rebelión, contra el enorme poder nacional y extra-nacional de Juan Vicente Gómez "para mantener la conciencia" como nos dijo Antolino Hernández en la bajada de "Tierra e' Loza", protegieron a Argimiro Gabaldón, quien con su mente plena de esperanza y todo el peso de sus ancestros revolucionarios, deambulaba como alma plena luchando por su causa el año de 1963, por los mismos senderos de Biscucuy, El Charal, El Cerro Zaguas y el Paramo de las Rosas.
Todo ese universo de encantos, leyendas, tradiciones y lealtades permanece intacto en esas cumbres. Para descubrirlo es necesario recorrerlas con la historia en el corazón y ganarse la amistad de esos hombres, que para muchos no significan nada, pero para nosotros son ignorados testigos invalorables para el estudio del acontecer nacional que nos permita comprender desde abajo, nuestra propia identidad de pueblo, de nación. Pero todo eso me ha parecido útil para narrar en este libro todo lo que ellos me contaron.

AL ENCUENTRO DEL RELATO

La Carretera empinada con su camino de curvas, bordes de los riscos. De trecho en trecho las cruces y los montones de piedras blancas que ofrendan a los muertos. Abajo el vacío profundo del precipicio, deja ver las corrientes rumorosas de las quebradas. Las aguas bajan por sobre las piedras levantando crestas de espuma y neblina.
Arriba, entre las nubes, se divisa una casa. Soportando un frío cortante avanzamos por el serpentín fragoso del camino, hasta el rancho solitario aposentado allí, en la falda de la ladera.
Alrededor todo es perfume de cafetales, humedad de la tierra, canto de pájaros, flores rojas de montaña y niebla azul. Aliento del cielo y de los montes. En el rancho sólo miseria, desolación y hambre en la cara de los niños, el vientre de la mujer y el cuerpo inmensamente flaco de Antolino Hernández, el abuelo cuando entramos al patio nos mira intensamente como si nos interrogara con su mirada de cien años.
Avelino Moreno y yo lo saludamos con respeto, con profundo respeto, ante el último soldado del Tigre de Guaitó. _ ¿El General Montilla? ¡Claro que lo conocí y fui su amigo. porque era mi padrino _ contestó Antolino al comenzar la conversación _.
Hablaba con voz fría, como cansada, pero sus ojos centenarios se iluminaban con la luz de su emoción a medida que mencionaba a su General.
_Yo no sé exactamente cuándo nació, pero fue el año de la batalla de Santa Inés, según me dijo mi taita. Y Avelino Moreno, con sus ochenta años de sapiencia por los caminos de Barinas y las páginas de sus libros apolillados, confirmó la fecha con suave tono patriarca: _ Fue en 1859, Don Antonio.
Entonces Antolino agarró el hilo del relato como si cogiera un camino, el largo camino de su propia vida.
_Su papá fue don Custodio Montilla y la mamá Juana Petaquero, vio la luz en San Miguel. aquí mismo en Trujillo. Pueblo de indios como todos los de esta serranía. Lo que si recuerdo bien es su padre, don Custodio, era tullido. Andaba en una sillita de ruedas, pero así y todo, montaba su caballito manso arrendado con esmero, de Guaitó, donde toda mi vida.
_Imagínese que me acuerdo del día en que el Presidente Andueza Palacios empezó su guerra para cogerse el gobierno.
_En ese tiempo ya estábamos viviendo en esta casa recién hecha. No lo olvidaré nunca, porque esa noche nos reclutaron las fuerzas del General Ferrer. Y continuando el relato, prosiguió el hombre: _Aquí todos decían que el abuelo del General Montilla fue un indio colombiano que licenció el General Bolívar después de Carabobo, el hombre venía herido, buscando para su tierra y por eso se paró en San Miguel, donde lo curaron las Petaquero, unas muchachas huérfanas pero las más bonitas del pueblo. Gauma, como se llama el indio, era tan agradecido y buena gente, que se arrocheló viviendo en la casa, para ser útil en lo que pudiera. Pero el amor pudo siempre llega cuando tiene que llegar y a la larga terminó juntándose con una de las muchachas, que sería después la abuela del General Rafael Montilla.
Ese día conocimos a Antolino Hernández desde por la mañana no se detuvo la conversación. Ya al anochecer en aquella aldea de Guaitó, estaba enterado de Antolino y confirmación de Avelino Moreno, de la vida azarosa, increíble y legendaria del que llamaron "EL TIGRE DE GUAITO".
Inti Illimani Historico, Montilla

DE SOLDADO A GENERAL

San Miguel con sus calles de piedra y casas blancas de tejas rojas. La Plaza llena de flores de cerro: hortensias, azucenas, capachos rojos, al frente de tropel de muchachos corrían por sus caminos de lajas, Rafael Montilla, adelante iba él jefe de ataque a piedras de una banda contra otra, de zagaletones del pueblo. Cara de indio, cuerpo robusto, manos de tigre, piernas de acero, de los muchachos serranos acostumbrados a trapear laderas. Ese día casi al final del encuentro, una pedrada lanzada por su brazo de fuego, le dio en plena cabeza a uno de los hijos del hacendado más rico de los alrededores.
Como ya el indio era un zagalón que hasta cárcel merecía, se escapó esa misma noche como arriero y amanuense de su padrino el General Santana Saavedra, buscando los rumbos helados del páramo de Mérida. Era el año de 1875 y allá Rafael Montilla detrás de la mula trotona de su General, Siempre a pie y atento a las paradas para solicitar el pienso, ensillar y desensillar la cabalgadura, quitarle las botas al padrino y después dormir bajo la ventisca, alerta siempre con el wínchester listo de la colgadura.
Pero ya era un hombre y los hombres libres tienen otro destino. Por eso se rebelaba contra su condición de sirviente y sólo esperaba la primera oportunidad en aquellos páramos de muerte, para demostrar a todos la hombría que llevaba. Se fue furtivamente por las veredas de niebla y en las cercanías de San Miguel buscó a sus amigos de la infancia atormentada. Con Andrés y Eugenio Montaña, sus compañeros de barrio, formó una partida de guerra para mantenerse libre de los atropellos de los caciques que mandaban en el pueblo.

Armados de escopetas se paseaba por la aldea, cultivaban sus conucos y llevaban sus frutos al mercado en un largo arreo de mulas negras. Adelante la mula campanera sonando alegremente su campana en las vueltas del camino, allá lejos las aguas tormentosas del Burate se deslizaba espumosa, con su mundo de fantasmas recogidos de crecientes.

En San Rafael de Guandà vivía el cacique mayor, el hombre que con más codicia imponía su voluntad a los campesinos de esa comarca. Solo él podría vender los frutos, sólo él compraba al precio que le convenía, era el único dueño de las tierras feraces y cobraba a su antojo el impuesto al aguardiente de caña blanca.
Un día cuando venían lo jóvenes con sus cargamentos de verduras y hortalizas de las vegas del río, Francisco Baptista los hizo prisioneros para obligarlos a vendérselas y alejarlos del negocio. Esa tarde, a pleno sol, los puso a los tres en un cepo de tortura, negándoles el agua que pedían sedientos y manteniéndolos en el suplicio aherrojados en la tierra, como castigo ejemplo por haberse atrevido a comerciar libremente.
A los tres días con las piernas llagadas y el hambre agotando sus cuerpos, fueron puestos en libertad, creyendo Francisco Baptista que bastaría con ese escarmiento para disuadirlos.
Pero los jóvenes eran jóvenes rebeldes dispuestos a defender lo suyo, aun al precio de su sangre. Y una noche sin luna en los cerros, lo esperaron en el camino, allá en la curva de la Horquilla. Baptista cayó herido con tres tiros en el cuerpo y los tres amigos se perdieron en la oscuridad, para buscar refugio seguro entre las tropas de la guerra, en las filas liberales, únicas que les dieron protección contra los oligarcas de Trujillo. Así inició Rafael Montilla una vida de ejército en ejército, de hacienda en hacienda como jornalero de alquiler, de aventura en aventura como la desgracia que manchó su vida.

En ese ejército su amigo Manuel Iturrieta, lo presentó al General Diego Bautista Ferrer, Comandante de los batallones de línea que enviaba el Presidente Andueza Palacios. Dese entonces lo pusieron como baquiano recorriendo los caminos y veredas de las montañas andinas.
Comenzaba así la guasábara de mil escaramuzas que signarían su vida. Una tarde, ya llegando al cementerio de Carache, en su primer encuentro con los godos, se hizo jefe del piquete de vanguardia y tomó por asalto la defendida posición enemiga, después de un sangriento combate. Persiguió a los derrotados con tanto ímpetu, que el General Federico Araujo tuvo que retirarse apresuradamente con las fuerzas oligarcas. "¡Viva el Partido Liberal Amarillo! ¡Abajo los godos! ¡Mueran los Araujo!". Un toque de clarín, largo y fino, rasgó de pronto el cielo abrumado. Un soldado liberal lanzó con emoción el grito de victoria: _ ¡viva Montilla! y al oírlo Diego Bautista Ferrer, alzando su muñón tinto de sangre lo corrigió con voz sonora:-¡viva el General Montilla, carajo!
Así lo ascendió en pleno combate como se asciende a los valientes. A lo lejos, el eco de los cerros rompió el silencio y el ¡viva Montilla! se mezcló con las brumas, se esparció con los vientos, meció los grandes árboles, hico cantar los pájaros y dio nacimiento a la leyenda.

Así nació el mito de un nuevo caudillo, que sin ideología precisa, pero con solo el instinto alimentado por largos años de opresión, sería en lo futuro el símbolo de la rebelión de los campesinos, que después de cada batalla, se iba a Guaitó, que comenzaba a ser su guarida, como la madriguera del tigre.

"Un tigre amarillo
de pinta menuda,
con dientes de acero
y garras de fuego,
es Rafael Montilla"

Como cantaban los juglares en las fiestas de los pueblos. Allí se refugió con los suyos, en sus verdes vegas de caña dulce, rojas siembras de café maduro y blancos maizales de barbas doradas. En estos predios de fresco verdor, cascadas de agua clara, caminos de curvas estrechas y sol encapotado por cúmulos de neblina, inició una nueva vida con los compañeros que lo secundaron, ahora nadie se atrevía con ellos, porque sabían el poder de sus machetes, de la furia de su corazón y del plomo de sus fusiles, listos permanentemente, a la espera de nuevos acontecimientos.

LA INCOGNITA DE UN MACHETAZO
(Guaitoito Edo. Lara) 21 de noviembre de 1907

Esa tarde salió temprano el General de la casa de palma parda bajando la larga cuesta por el camino del conuco de Jacinto Canelones, un parcelero que tenía su rancho, allá lejos a la orilla de una quebrada de agua cantoras.
Jacinto Canelones había sido un niño huérfano, que vivía con su madre viuda en un ranchito de un solo cuarto. Allí dormían los dos, hasta que la madre consiguió concubino, que de un día para otro se transformó en el dueño de todo. Desde entonces Jacinto tuvo que soportar sufrir sus groserías y latigazos, cuando lo ponía a guarear loros para que no se comieran los maizales y se quedaba dormido bajo la sombra de los guamos.
Por eso a pesar de sus escasos doce años, comenzó a aprender el manejo del trabuco naranjero, que guardaba su padrastro en el rincón oscuro del cuarto. Lo sobaba con sus manos de niño le cambiaba la chispa de pedernales, subía y bajaba lentamente el gatillo y lo cargaba, alimentando el ancho cañón de gran calibre.
Al estar absolutamente seguro que no podía fallar el tiro, Jacinto se hizo el dormido en el maizal espigado y en lo que llegó el padrastro enfurecido agarró el oxidado trabuco sin apuntar, le descargó el puñado de guáimaros dejándolo tendido en el patio. Al volverse para donde su madre, que le gritaba en la cocina le dijo con profundo desprecio: ___ Se lo avisé mamá, le rogué que lo dejara y ustè no me hizo caso. ¡Ahí tiene su vaina! esa misma noche se presentó, en busca de protección, ante el General Montilla, quien al escuchar su relato, le gustó la entereza del muchacho y decidió hacer de él un bravo guerrero y su hombre de confianza, tal como lo necesitaba para sus campañas. Mucho tiempo después, lo dejaba siempre encargado de la casa, mientras se iba lejos en sus guerras, llegando a ser Jacinto Canelones algo indispensable, en la vida agreste de la hacienda del General.
¿Enamoraría Jacinto Canelones a la misma mujer que le gustaba a aquel hombre atormentado, que había sido su amigo, su protector, casi como un padre? Esto dicen algunos de sus viejos soldados, pero desde el momento en que el General comenzó a bajar la vereda empinada, hacia el rumbo de Jacinto, todo se confunde con la leyenda inextinguible de los relatos dispersos.

Bajaba el sol poniente, se iba apagando la luz del atardecer y las sombras cubrían lentamente la tierra y los valles oscureciendo el camino por entre la arboleda. Allá al final, el canto del agua despertó la sed del General, se detuvo un momento mirando a todas partes, como si su sentido alertas le avisaran el peligro. Después comenzó a cruzar la quebrada y en la orilla contraria, se inclinó para beber en el cuenco de las manos. En el pozo de aguas claras se reflejó el machete fulgurante del asesino, que desde el barranco inmediato se abalanzó sobre su espalda para cercenarle la cabeza.
Pero su instinto salvaje fue más veloz que el arma homicida que batía el viento, porque como un rayo en la serranía sonó el disparo de su revólver, rápido en su mano, ante el indicio de la muerte. Y Jacinto Canelones cayó partido de un tiro sobre la corriente rumorosa.

Al mismo tiempo se escucho el ¡zas! de un machetazo que se ha quedado en la incógnita. Porque cincuenta años después permanece en el más inescrutable misterio: ¿Podría, antes de morir Jacinto, acertar el golpe certero? ¿Lo remataría Pastor Silva que como espaldero, siempre iba detrás, a cuatro pasos de su General? Esa noche la luna salió pronto, reflejándose en las aguas blancas. Tendidos uno al lado del otro, quedaron solos los cadáveres, el Tigre decapitado, surtiendo con su fuente de sangre la quebrada, y el de Jacinto Canelones, bandeado por una bala en la columna, con la cara al viento y a la luna clara.

Al estado que llega Montilla
al estado que Montilla llegó:
¡un hombre tan valeroso
y Jacinto lo mató


Así dice la copla que se prolonga en el recuerdo doliente pero inmortal de su pueblo. Más profunda se hace la incógnita.

ENTIERRO CON BANDERA AMARILLA

Julián Piña, Antolino Hernández, Bejamin Piñero y todos los oficiales que lo buscaron una noche entera, hasta encontrarlo por la mañana, recogieron el cadáver de Montilla. Lo velaron con guardia de honor durante veinticuatro horas seguidas, en la gran casa de tejas rojas en el caserío Guaitoito. Y eran llantos y sollozos mezclados con las miradas torvas de los hombres que desconfiaban y sentían el alma atormentada por la sospecha mutua, como una lanza en el pecho con la sombra de duda.
Esa noche fue de romería, de los rincones más recónditos de las distancias azules. Desde Lara y los Humocaros, por Guarìco y el Tocuyo, bajaban hombres y mujeres acongojados para el velorio. Y desde Córdoba y Biscucuy, por el camino de Chabasquen, los amigos de Portuguesa. Por Campo Elías se vinieron los de Bocono, Burbusay y San Miguel, a ofrecerle el tributo de su afecto y su recuerdo. Fue un continuo pasar de gentes en bestias, carretas y a pie descalzos, por las cuestas empinadas, desafiando los puestos de guardia, por travesías increíbles, para despedirse del General que les había cautivado el corazón.
Llegar a Guaitó es todavía una larga aventura que significa cruzar Trujillo y la raya de Portuguesa, para internarse en las neblinas de la sierra larense, donde se aposenta al aldea, como un refugio de Cóndores altivos en la cúspide de un picacho. Por eso las veinticuatro horas fueron escasas para recibir tanta gente, y tuvieron que velarlo por dos días seguido, entre una montaña de flores que le ofrendaban sus soldados. Geranios, clavellinas, malabares, rosas blancas, rosas rojas, claveles de páramo, pensamientos azules y hortensias.
Muy de mañana, al tercer día, salió el cortejo desde la casa ensombrecida y por el camino retorcido que circundaba el cerro, lo trajeron a la aldea, para pasearlo por la calle larga de Guaitó, en hondonada suave como una curva de guitarra.
En una carreta de bueyes sardos, traían la negra urna y sobre ella una desteñida bandera de las batallas, los bueyes lentos con ojos melancólicos y caminaban con paso cansado del diestro de Hermenegildo Lucena, el hombre de los asaltos. Adelante, el macho negro enjaezado con la montura de lujo; del pico de plata de la silla, colgaba la gran espada; sobre el asiento, de lado y lado, las negras botas largas.
Pero lo más hermoso era el enorme macho cabos blancos, con su gigantesco pecho negro cruzado desde el pecho por una ancha banda de estambre amarillo, que tejieron las mujeres del pueblo. Más adelante todavía, el corneta y dos centinelas, a paso vistoso de parada; y en el cañón de cada fusil, flameando al viento, un crespón de luto. Se vinieron calle abajo hasta la esquina de la Plaza Bolívar de Guaitó, donde aparecieron los cantores de Lara, con seis cuatros y tres guitarras, para cantarle la despedida con tres voces entonadas:

Ahí viene Montilla
a las diez del día,
de espaldero trae,
pura artillería.

Montilla con su machete,
Anacleto con la lanza,
el máuser por lo que suena,
el cañón por lo que alcanza.

Ahí viene Montilla
con su artillería,
y rompe los fuego,morena,
a las diez del día.

Montilla esta enmontañao:
no se metan caraqueños,
ese es un hombre que despierta
a todo el que tenga sueño.

Rafael Montilla se alzó
y se volvió un papagayo,
y a Caracas fue a caer
entre relámpagos y rayos.

Ahí viene Montilla
en su macho negro,
y de espaldero trae
a Nolberto Moreno.

Nolberto Moreno
va pa`Terra e ´Loza,
que se la ha perdido
Calixto Peraza.

Ahí viene Montilla
a las diez del día,
y rompe los fuegos, morena,
el Ave María.

En las sierras de Trujillo
hay valientes por montón
pero el que tiene más brillo,
es el Tigre de Guaitó.

El coloso de los andes,
el valeroso Montilla,
es muy grande entre los grandes,
y liberal sin mancilla.

De mis glorias de soldao
recuerdo la que más quiero:
siempre me sentí honrao
de ser un buen montillero.

Al estado que llegó Montilla,
al estado en Montilla llegó,
un hombre tan valeroso
y Jacinto lo mató. 

Montilla está en Humocaro,
mañana estará en Guaitó,
y los díceres es que pasa,
camino hacia Boconò. 

Pobrecitos trujillanos
y la gente de Jajò,
tener que pelear tan duro,
con el Tigre de Guaitó.

Continuó su camino el cortejo y en la esquina, de bajo del candelero, se quedaron solo los músicos, con sus voces destempladas por el licor de la caña blanca y del dolor que los embargaba. Y en seguida pasaron las mulas sudorosas, halando el cañoncito de ruedas de palo, que se había traído de la guerra para proteger su refugio, desde la cúspide del cerro.
Lo llevaron a enterrar sus más viejos compañeros, mirándose uno a otros como si se preguntaran que iría a ser de ellos, después de la muerte de su General, el símbolo y la fuerza que le mantenía el espíritu. Con el tronar del cañón le rindieron los últimos honores en el Cementerio de Guaitó, eso hombres de ropas harapientas, uniformes desteñidos, sombreros desgarrados, barbas largas y espesas, cara de llanto y de pena.
Y en el cementerio del monte, en un claro de tierra roja, sembraron la cruz blanca del General Montilla. Después silenciosos y entristecidos, se fueron por los caminos perdidos de los ranchos.

ENTRE RELATOS Y FANTASMAS
En aquel lugar continua Guaitó, detenido en el tiempo, con sus mismas veinte casitas, los ranchos colgados del cerro, las neblinas azules, las quebradas musicales, los cafetales maduros, los cañaverales de caña blanca y la permanente lluvia, fina como las cuerdas de un arpa.
Los ancianos que aún sobreviven, antiguos compañeros del Tigre, han comenzado a morir. Hace diez años Hermenegildo Lucena, no hace quince Manolàn. Pero hasta no hace mucho vivian todos, como si el viento gélido, el díctamo real y la neblina de las alturas les prolongara la vida, extrañamente en una ancianidad centenaria, diluida en los recuerdos. Esta gente parece hecha de neblinas y recuerdos. Porque para ellos no ha cambiado nada esta misma tierra, pues para llegar a Guaitó hay que recorrer un largo camino, el mismo sendero de recuas del año 1900.
Los que decidieron quedarse ahí, resolvieron su vida sencillamente aislándose del mundo de la Venezuela moderna. Pero en cada casa de la aldea, se encuentra un recuerdo viviente, prefirieron eso, seguir en el pasado, viejos y jóvenes, setenta años después, añoran a su General y hablan orgullosos de sus hazañas en ese recinto de fantasmas.

 Fin de la cita del libro

Montilla

(Popular venezolana)
Vengo a trovar este golpe
que un amigo me mandó
pa' que mañana o pasado
hagan lo mismo con yo.

Ahí viene Montilla a dar la pelea
y viene diciendo, morena: la bala chirrea.
Él armó su gente con la artillería
y prendió los fuegos, morena, al Ave María.

Al estado en que llegó Montilla,
al estado en que llega'o.
Un hombre tan valeroso
y a Montilla lo han mata'o.

El que me dijera negro
yo no me enojo por eso
porque negro tengo el cuero
pero blanco tengo el hueso.

Dicen que Montilla viene,
dicen que Montilla va,
yo digo que eso es mentira
porque yo vengo de allá.

Un veintiuno de noviembre
de mil novecientos siete
muere el general Montilla
asesinado a machete.

El Golpe Larense o Tocuyano "Montilla" pertenece al folclor  tocuyano, anónimo, existen versiones muy variadas desde la gran Lilia Vera, con versión existente tambien de Pablo Milanés (en el video), Inti Illimani, Illapu, y también versionado por el grupo venezolano "Carota,Ñema y Tajá". Todos de excelente calidad. La letra se fue "construyendo" desde el siglo XIX con añadidos de versos o situaciones,





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